La indigencia es una de las formas de desamor más crueles en las que se exhibe una de las versiones más miserables del alma humana.  Un trapo viejo, un alma sin pertenencia, una caricatura mal hecha que nació para ser brillante y se desdibujó,  un papel arrugado y manchado que nació liso y potencialmente poderoso, un conato de ser humano con sueños, un ensayo mal logrado de una vida con propósito, un par de pies caminando sin rumbo por la acera donde todos pasan y nadie se fija. Don Hugo era eso.

 El asco que sentían los demás por él no era peor que el que él sentía por sí mismo. El alcohol lo anclaba a ese despojo humano que era. Una enfermedad como el alcoholismo encontró fáiclmente posada en sus vacíos más profundos.

Un día, un milagro sucedió: se recordó de su dignidad.  ¡Tamaño recuerdo!  Don Hugo se reconectó con su luz, que juraba estaba extinguida. Estiró la mano y encontró un Padre que desde hace rato lo estaba esperando.Y el milagro se llenó de abrazos.  Aceptó ayuda y hoy estamos frente a él.  Nos cuenta en VIDAS INTENSAS muchos episodios pero la frase del final es un privilegio en su boca:  “Soy un hombre feliz”. Lo dice ahora que se ha convertido en la mano derecha de don Gerardo Zeledón,l Director del Albergue de Rehabilitación al Alcohólico Adulto Mayor indigente.    Esta es una de las historias y transformaciones más impresionantes que hemos publicado en nuestra revista digital lizethcastro.tv.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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