Por: Ana Coralia Fernandez. Periodista
Cuando uno dice “vivirlo en carne propia” no tiene idea de las implicaciones de la frase cuando no es una metáfora. Porque se viven hechos a sangre viva, a músculo abierto, con la piel escaldada, con la muerte haciéndote guiños a la vuelta de la esquina mientras afila la guadaña.
Así es la historia de Nelson Murillo Murillo, periodista apasionado, comprometido y tesonero.
Empezamos juntos a estudiar este oficio en la “U”, allá por 1978. Entonces ninguno de los dos sabía lo que el destino tenía para él: sobrevivir al atentado de La Penca cubriendo uno de los eventos noticiosos más sangrientos en las páginas de la prensa nacional.
Él estaba a un metro de la bomba casera, que no por serlo fue menos dañina y mortal aquel 30 de mayo de 1984.
Y cuando la “Parca” mojaba la punta del lápiz para tachar su nombre de la lista, en una suerte de solidaridad, dos fotógrafos ticos insistieron ante los dos soldados de la contra, en subir a Nelson al último bote, para que no mueriese allí solo, desangrado y lejos de su patria.
Pero a veces sobrevivir no es suficiente. A Nelson lo esperaba un largo camino a casa.
“Entré el 2 de febrero del 84’ a Notiseis, bajo la dirección de Luis Fernando Villalobos. Y a los cuatro meses de cubrir Sucesos, se presentó la conferencia de prensa de La Penca. Había todo un escándalo nacional porque era obvio, público y notorio que Edén Pastora hacía la guerra a Nicaragua desde Costa Rica y el presidente Monge había declarado neutralidad perpetua para nuestro país.
Ir a la reunión con Pastora era muy importante y llegamos periodistas locales e internacionales a cubrir la noticia. Fuimos como corderos al matadero. Nunca imaginamos lo que nos esperaba”.
El relato sigue descarnado. El comunicador habla fuerte y oye poco como consecuencia de la explosión.
Me enseña cicatrices, describe porqué tiene una pierna más corta, narra los detalles de más de treinta operaciones a que se ha sometido para que le saquen de todo el cuerpo tornillos envueltos en alambre, esquirlas y balines. Me habla de la nube de fuego azul que vio venir y que le produjo quemaduras de tercer grado. Los gritos, la oscuridad. Que volviera la luz a la casucha donde se reunieron fue peor porque pudieron ver a sus compañeros muertos o moribundos.
Sereno, cuenta sus dos meses de agonía en el hospital México. Desnudo, con una fractura de fémur que tuvo que soldar “por la misericordia de Dios” porque su piel no aguantaba yeso ni operación. Tuvo hambre, miedo, sed, frío y sobre todo desesperanza.
“A La Penca fuimos el camarógrafo Jorge Quirós, quien murió allí mismo desangrado y Evelio Sequeira, el asistente de cámara, quien falleció a los ocho días por una complicación. Del canal 6, solo volví yo. Mientras estuve allí tirado durante cuatro o cinco horas pasó frente a mí la película completa de mi vida: infancia, escuela, amigos, familia, universidad. Empecé a llorar, a rezar y dije: me falta el aire, me estoy muriendo… hasta aquí llegué…”.
Nelson toma un poco de agua, se aclara la garganta y repasa los hechos para adelante y para atrás.
“Me sacaron muy grave. Nadie pensó que iba a salir con vida. Mi familia no contestaba el teléfono por temor a recibir la noticia de que ya había muerto”.
Nelson pasó un año entre el hospital y la casa, sometido terapias muy dolorosas y haciendo un esfuerzo tremendo por integrarse a una vida normal.
Aunque no era tiempo todavía, uno de los fisioterapeutas le recomendó volver al trabajo porque nadie había tratado la lesión más seria de todas, la emocional.
El día que regresó al Canal 6, hubo llanto, emoción, amor por la vida que se abre paso.
Y recomenzó poco a poco aceptando que debía hacer tareas adecuadas a su condición.
Aunque Nelson regresó al periodismo, por recomendación psiquiátrica tuvo que acogerse a la pensión por invalidez a sus 43 años, pues padece de Síndrome de estrés postraumático, el mismo que sufren los soldados al volver de la guerra.
“Insomnio, depresión, ansiedad, asilamiento, pesadillas aún despierto. Revivo todo, como el día en que ocurrió la tragedia. Estoy metido en el escenario con el efecto de la primera vez. Todo puede ser un detonante: la sirena de una ambulancia, una bombeta, un olor, un sonido, la oscuridad del cuarto, la comida.
¿Cómo se aferra uno a la vida nuevamente después de tanto dolor?
“Porque sigo en la lucha contra la impunidad, después de 31 años. Mientras Dios me tenga con memoria, no la voy a dejar. Me mantengo activo y vigente. Concientizo y formo criterio, cuento mi historia. Eso me ayuda a llenar el vacío de no ejercer una profesión que amé tanto y que ejercí durante 24 años: cinco años antes de La Penca y 19 después, con 30 operaciones y un dolor que me acompaña siempre, siempre, siempre. Quedamos nueve sobrevivientes: cinco periodistas, tres fotógrafos y un camarógrafo”.
Mientras cierro mi cuaderno de notas, al finalizar esta conversación, le pregunto: ¿Acabó La Penca con tu pasión por el periodismo?
Respuesta corta y contundente: “No. La Penca no pudo con eso.
La impunidad no puede tener un final feliz”.