Las mismas manos que como indigente, sostuvieron un tubo de crack, las utilizó luego para sostener un lapicero para escribir poemas con el alma rasgada de dolor.
Oscar Castro vivió 17 años en la calle, abandonado y decidido a aferrarse a un cartón para dormir y una bolsa de basura con tres o cuatro cosas que funcionaban como ropa. “Siendo indigente me escupieron, me echaron agua, me golpearon con palabras”, recuerda.
La resurrección de Oscar llegó cuando él ya estaba harto de tanto desprecio que se tenia a sí mismo y aceptó la ayuda de un amigo.
Su historia ilustra la de tantos indigentes que desean no ser parte de trozos humanos que caminan sin rumbo y sin propósito de vida, en Costa Rica.
1 comentario
Siempre lo digo, para cambiar solo hay q darse cuenta q nadie más nos puede hacer daño, más q nosotros mismos…. Somos nuestros peores verdugos o nuestros mejores amigos… Somos quiénes decidimos hasta donde y hasta cuándo.