Verse al espejo era reconfirmar que su peso, por mucho, no era el adecuado. Y luego de esa gran tristeza, María José Jiménez abría la refrigeradora y volvía a comer.  Era muy difícil entender qué sucedía.  Lo hacía más difícil prometerse, sin cumplir, que “mañana” haría lo que no hizo hoy: comer bien, ir donde alguien que le ayude, tomar más agua, hacer ejercicio… Promesas que se volvían parte de su frustración. Todo pesaba, verse gorda y que le dijeran “vaca”, recibir las miradas de los demás e incluso de vendedoras en una tienda que le tiraban en la cara un “no” al preguntar si había ropa XXl.  “Aquí no hay nada para mujeres como usted”, sentía ella que le decían.  Entonces la ansiedad volvía a gobernar las emociones y ella caía rendida a sus pies. Llegó a pesar 125 kilos y tras el embarazo de su primer hijo fue aún más difícil perder tantos kilos. Fue precisamente su bebé quien la hizo reaccionar y despertar. Decidió acudir por ayuda y una doctora le habló de la operación que la obliga a ser aún más disciplinada y recuperar su vida.  La ciencia hizo lo suyo y María José hizo lo que le correspondía: pensar en la calidad de sus años, en su salud y en ese amor propio que hoy, sin duda, también está más remozado y fuerte. Hoy, espera a su segundo hijo, con más seguridad y con un agradecimiento a la vida por estar viva y sana.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

Comments are closed.