Dos mujeres protagonizan esta historia. Las une más que un cordón umbilical, un hilo de amor a prueba de olvido. Se trata de una madre que vio a su hija caer en coma y la cuidó con devoción; años más tarde esta hija salva a su madre del olvido de sus recuerdos más amados, particular forma de describir una terrible enfermedad llamada Alzheimer.
Escrito por Wendy Arias, periodista.
El amor, es el único capaz de sanar y acercar. Porque incluso si hubo alguna diferencia, este sentimiento les ha hecho tomarse de las manos, acompañarse y hacer el recorrido menos difícil.
Una fiesta trágica
Hace 13 años que Mia Ferreyra, salió de su casa para disfrutar de una fiesta de fin y principio de año. Sin embargo, lo que sería una noche de gozo, acabó en un fatal accidente que le cambió la vida.
Hoy tras un largo proceso de recuperación físico y personal, ella nos cuenta lo que ocurrió: “Perdí a mi papá que era mi amor, mi héroe, cuando tenía 14 años y desde entonces trabajaba en eventos. Ese 31 de diciembre, mi mamá estaba furiosa porque me iba, no quería que yo saliera, pero no me importó. Pensaba que si mamá nunca se había preocupado por mí o por tener una cercanía conmigo, yo no tenía por qué obedecerle y me fui con una amiga. La noche trascurrió en medio de música, baile y brindis. Al terminar no escuché a quienes advirtieron sobre el peligro de irnos trasnochadas y tomadas. Entonces descubrí las consecuencias de mis malas decisiones”.
La mente en blanco y empezar de cero
La joven que manejaba se quedó dormida y el carro chocó contra el paredón de un puente ubicado en Tibás. Mia, quien apenas alcanzaba los 20 años de edad, despertó dos meses después tras un estado de coma.
Presentaba un trauma toráxico, otro intrauterino, una fractura en el fémur derecho y un edema cerebral que le provocó pérdida de memoria. No recordaba su nombre, olvidó el rostro de su madre y su entorno, tampoco sabía cómo escribir o leer. Además, los médicos indicaron que no volvería a caminar.
“Los doctores dicen que desperté a los dos meses del accidente, pero para mí fue casi un año después que es cuando ya empiezo a tener conciencia. Me sentía sola, insegura, con mucho dolor y no podía dormir. En cuidados intensivos veía personas llegar en terribles condiciones o incluso en mejores, pero que morían al lado mío. Pasé por muchos altibajos emocionales: algunas veces me quitaba las vías, el suero o el oxígeno, pero luego pensaba en que quería recuperarme y compartirle mi testimonio al mundo. Empecé a hacer cosas como: contar los segundos, tratar de escribir mi nombre, ver fotos del pasado o ejercitarme; inicié a creer en mí y mi mamá estuvo en cada etapa”.
Tomada de la mano de su madre y tras un gran número de tratamientos y cirugías, Mia volvió a escribir, leer y moverse libremente. Atrás quedó su silla de ruedas para dar paso a una andadera, que más tarde cambió por unas muletas, luego pasó a usar un bastón y actualmente, solo usa un par de plantillas especiales para corregir cierto desnivel. Un largo camino que la llevó a valorar cada segundo de la vida.
Los papeles se invierten
En el 2005, justo cuando todo parecía mejorar, a Grace Blanco, mamá de Mia y quien además fue una reconocida pintora nacional, se le diagnosticó Alzhéimer. Olvidó el gran número de premios que recibió en su área, las galerías donde expuso, cada uno de su recuerdos y lo más significativo: el nombre y el rostro de su hija.
La vida puso a prueba una vez más, el vínculo de amor entre estas dos mujeres. Ahora es Mia, quien debía cuidar a su madre. Aprendió a bañarla, alimentarla, atenderla y acompañarla. Se capacitó para cambiar sus pañales, su prótesis, para pasearla y dormirla. Asegura que lo más difícil ha sido ver a su mamá asustada porque no la reconoce, pero que en los momento serenos, en aquella mirada silenciosa ha entendido que el amor soluciona cualquier dificultad.
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El Alzheimer, una lección tras otra
“Del accidente aprendí que la vida se nos puede ir de las manos en tan solo un momento, que debemos ser obedientes y no andar por el mundo creyendo que somos dueños de todo. Pero sin duda, el Alzhéimer ha sido mi mejor maestro. Es una enfermedad cruel que va desintegrando paulatinamente a quien la padece y muchas veces hace sentir al cuidador impotente, pero a la vez enseña a amar, a ser paciente, tolerante y compasivo. No niego que me he querido caer muchas veces, pero Dios y mi madre me dan la fuerza. Ella no recuerda casi nada, pero yo si”.
Actualmente, doña Grace se encuentra en la etapa más avanzada del alzhéimer, por lo que requiere de los cuidados especiales de una enfermera a tiempo completo.
Mientras tanto, su hija trabaja como administradora, imparte charlas motivacionales y se prepara distintas disciplinas deportivas. Pero cada domingo, desde que sale el sol hasta que cae la noche, ambas tienen una cita. Mia se sienta al lado de su mamá aún cuando ella no puede hablarle o abrazarle, para dar y recibir ese amor, a prueba de olvido.
4 comentarios
Las felicitos ambas son unas guerreras y Dios tiene un plan par las dos felicidades
Muchísimas gracias Rocío. Un fuerte abrazo y muchas bendiciones para usted también.
Excelente historia, como dice el refrán: “hoy por mí y mañana por tí”. Bendito Dios
Hola Xinia. Mil gracias… así es hoy no sabemos lo que en un mañana la vida nos puede cambiar. Bendiciones, besos y abrazos! Que la gloria se para Dios quien es mi fuerza…