Por: Ana Coralia Fernández. Fotografía: Fernando Vargas

La cantante Jaci Velásquez lo dice en un hermoso tema: “¿Cómo se cura una herida…  cuando olvidar no se consigue?…”.
La frase viene a la mesa porque hay situaciones límite en donde la vida se divide en un antes y un después.
Porque un día tienes todo y otro no.
Porque así como se revienta un hilo con los dientes, se rompe una historia.
Y cuando eso pasa, es como si Dios estuviera encerradito en una caja roja con un cristal con un rótulo: “En caso de emergencia rompa el vidrio”.
Gabriela Sanabria Hernández, sabe de lo que hablo. Y también rompió el vidrio y se aferró, por ella y por sus hijos, a la única mano que se tiende sobre todos nosotros cuando todo está perdido.
Hace siete años, su familia fue noticia en Moravia.
Su exmarido, Frederick Norman Kelch, de 48 años, quien está diagnosticado con esquizofrenia y delirios paranoides, en una de sus crisis más severas según cuenta ella misma y registran las noticias de la fecha, disparó con una ametralladora M16-AR15 y como consecuencia del tiroteo murió el médico Harlen Diederich Fonseca Reyes, de 28 años.
Pero el centro de esta nota, no es repasar aquellos eventos tan dolorosos, que conmovieron al país entero.
Esta historia busca contar cómo se sobrevive a una tragedia y cómo se puede tejer, paso a paso, una nueva vida, mientras el tiempo va cerrando una herida profunda y contundente.
“Quiero compartir mi historia, porque el dolor es un aprendizaje. Hay que sacar lo positivo de lo negativo. Enseñarle a las personas que se puede salir adelante aunque se le venga a una el mundo encima. Aunque uno cruce el fuego se nace de las cenizas.
La situación que vivimos fue devastadora para la sociedad, para mis hijos, para mí, para las familias, para todos. Ese día también perdí a mi esposo y mis hijos perdieron a su padre. Tal vez le sirva a alguien que esté desesperado y crea que no hay salida en algo que le esté ocurriendo. Sí la hay.
Las noticias nunca cuentan el tremendo drama de todas las familias involucradas, porque cuando una tragedia de estas ocurrre, es igual de doloroso para unos y otros”, cuenta Gabriela, una mujer delgada, no muy alta, de tez blanca, y luego de todo lo que enfrentó, muy fuerte.
Tiene dos hijos: Daniel, de 22 años y Samuel, de 13 años, ambos producto de su matrimonio con Frederick. Cuando se dieron los eventos de aquellos días, Dani tenía 13 y Samuel solo 6.
“Mi exposo padece una esquizofrenia unida a un delirio paranoico. En su caso fue heredada de su padre. Yo siempre guardé la esperanza de que él se curara, o que al menos con el tratamiento adecuado pudiera llevar una vida normal. Pero no fue así. Este padecimiento es degenerativo y cada día retrocedía más hasta llevarlo y llevarnos a los terribles días de aquel año”.

Atención a las señales

“Los primeros signos de que él no estaba bien, se presentaron cuando ya había nacido mi segundo hijo. Antes de eso era un hombre perfectamente normal, cariñoso, responsable, buen padre. Sin embargo, tenía cambios drásticos de ánimo parecidos a los de la gente bipolar: eufórico o muy deprimido.
Ante estos cambios de carácter yo lo consulté con su mamá y me explicó había sido diagnosticado con la paranoia a los 16 años”.
Y aquí es donde hago una pausa en la entrevista, pues hombres y mujeres ante las actitudes de nuestras parejas que se salen de los límites, tratamos por lo general de justificar a nuestro entender estas conductas. “Es que tiene mal genio”, “amaneció de chicha”, “está con la regla”, “está de luna”, “está de goma”, “perdió la Liga”, “algo lo picó”… pero estas pueden ser señales clarísimas de padecimientos o enfermedades que deben ser tratadas por expertos y que hay que estar informados tanto de la enfermedad como de sus derivaciones y tomar medidas, porque ingenuamente pensamos: “yo lo voy a cambiar”, “se va a curar”, “el amor que nos tenemos triunfará sobre los síntomas”. Desgraciadamente así no funciona.
“Yo decía, es su carácter. Es el estrés. Pero lo cierto es que fue muy cruel para mis hijos para mí vivir esa última etapa que desenvocó con los eventos de aquella noche. El problema es que para los enfermos todo está bien y uno sí es testigo del deterioro evidente que la persona sufre. Ellos ven cosas y viven situaciones irreales que los demás no. Y hay mucha angustia y tensión alrededor de esto. Mucho miedo y el riesgo de que todo se salga de control. La línea entre la realidad y el delirio es muy tenue y yo como esposa a veces no sabía si en verdad sus argumentos eran ciertos o producto de su paranoia”, explica Gabriela.

Un antes y un después

Hay mucha información de lo que pasó aquella noche del 22 de mayo del 2008. Los medios registraron con detalle todo lo que ocurrió.
Para Gabriela y sus hijos fue como una película de horror.
Y, paradójicamente, según cuenta ella, al día siguiente a Kelch lo iban a trasladar a un hospital psiquiátrico porque ellos llevaban un mes de estar encerrados en la casa, convertida en un campo de guerra, sin muebles, con las ventanas tapadas con tablas y hasta la ollas servían de eventuales escudos contra las balas, porque la paranoia de su exesposo radicaba en que alguien iba a venir a matarlos.
En los ojos de Gabriela se dibuja una gran tristeza al repasar los hechos. Hay silencios que no me atrevo a interrumpir. Con la mirada recorre sitios de la casa adonde parecen tomar vida los fantasmas. Allí donde ahora un sillón, cajas amontonadas. Donde luce un jardín, una tienda de campaña adonde hacía “guardia su esposo”. Días de insomnio, miedo y desesperación.
Una pesadilla.
Después de aquel día, además de todo el proceso judicial, ella sus hijos debieron enfrentarse a ese reclamo cotidiano de la sociedad: rótulos en las paredes, gritos en la calle, amigos que dejaron de serlo, gente que cruzaba la calle al verla a ella y a su niños venir.
Estas actitudes tan humanas, no son comprensibles cuando se cuentan, pero son reales.

“Nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer”

Y esta frase es cierta. Gabriela me cuenta muchos detalles que descarnan el dolor de una familia. Ella no lo pone por encima o por debajo del las otras familias afectadas.
El dolor es uno solo. Inmenso, devastador, indescriptible, pero Dios en su misericordia le va dando a cada uno alternativas.
Ella, recibió mucho apoyo de sus allegados más cercanos y de profesionales que la van dando pistas de cómo seguir y qué hacer. Se aferró desesperadamente a su fe, y decidió iniciar una nueva vida trabajando duro, poniendo a sus hijos en primer plano y viviendo un día a la vez.
“Hoy soy una nueva mujer. Puedo decir que soy feliz con mis hijos. Ellos, hasta donde hemos podido investigar no padecen la enfermedad de su padre y aún así hay que estar atentos a las señales. Mi hijo mayor es un ángel que vela por su hermanito quien lo ve como un héroe y me cuida. Y yo, trabajo como empresaria, me defiendo y poco a poco, despertamos de esta pesadilla cuyas secuelas siempre nos marcarán, pero de las cicatrices se aprende mucho, se aprende todo. Se puede salir adelante por oscuro que parezca el camino. Dios todo lo puede y es generoso”.
Apagué la grabadora. Lo que no pude apagar fue el peso en mi corazón al escuchar su historia, que como la de muchas otras personas, está llena de enseñanzas a partir de las lágrimas.
Y usted que nos premia con su lectura, ame a su familia, cuídela, vea las señales, actúe y sepa, que allí donde parece haber zozobra y oscuridad hay siempre una llamita tenue que cobra vida y fuerza si se sopla con amor: la esperanza.

A partir de un pico muy alto de estrés, provocado por una situación en su empresa

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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