¿Por qué dicen que el matrimonio debe jalar parejo como una yunta de bueyes? Hoy lo comprenderemos a través de los ojos de don Víctor Sánchez, un boyero que ama sus mascotas, criadas con tanto amor que son dulces como cachorros aunque su tamaño aterrorice a más de uno.
Periodista: Ana Coralia Fernandez // Fotos: Fernando Arguedas.
Receta para hacer una yunta:
- 2 teneros más o menos de la misma edad y tamaño, ojalá gemelos (hijos de la misma vaca)
- Castrarlos o caparlos. Esto no es que sean de apellidos Castro o ponerles un impermeable, sino quitarles los testículos para que desarrollen su fuerza y sean menos bravos y no “busquen vaca”
- Empezarlos a “cabrestear”, domarlos poco a poco con el mecate para que a la hora de ponerles la “yugueta” (un yugo pequeñito y liviano) no sientan la cosquilla y jalen parejo.
Preparación:
- Tome a sus bueyes y con mucha paciencia dómelos, enséñeles con amor y ternura, nada de gritos y palos. Adivine cuál jala por la derecha y cuál por la izquierda para que no se desbarranquen en la orilla del camino y hágalos sus compañeros en buenas y malas, en la abundancia y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe.
- Diga “Gesa” para que se detengan”, “gesa, gesa, gesa” para marcha atrás y con el “chuzo” golpee el yugo, pero no los maltrate. Ellos lo seguirán donde quiera que vaya montaña arriba o montaña abajo.
Por supuesto, que usted no va a encontrar esta receta en ningún libro de cocina, pero sí en el libro de la vida, justo en ese tomo donde se apuntan las cosas que valen de verdad. Y el amor entre el boyero y sus bueyes es una de esas que van más allá de las montañas y el mar.
Desde que tenía uso de razón
Víctor Sánchez, hombre de trabajo y conocedor de las tareas de campo, se ha relacionado con bueyes desde que tiene memoria. Es más, antes de que tuviera memoria, porque su padre y su abuelo fueron hombres de voltear montaña y para eso se necesita, como dice Caña Dulce, “Una yunta y buenos güeyes”.
Yo (la escritora de este relato), que no sabía nada de carretas, bueyes o yuntas, me vine hecha una experta, pero no del oficio, sino del amor entre él y sus bestias.
“Yo me crié en una finca en la parte alta de las montañas de Hojancha. Mi abuelo iba a San Ramón y no le gustó lo caliente de Guanacaste. Desde que yo me acuerdo usábamos bueyes para todo: para mecanizar, para subir, para llevar tucas, para el arado. Uno eso lo lleva en la sangre y es una herencia.
Yo me vine de Guanacaste para acá (San Josecito de Heredia) y me encontré que hay unas cincuenta yuntas… Yo he tenido muchas y he amanzado varias para otros compañeros, porque una yunta bien sanita puede durar unos quince o veinte años”.
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Bueyes tan buenos como cachorros
Cuando Víctor dice que ama a sus bueyes es que en este momento tiene tres yuntas, la de los caretos, los medianos y los “chiquitillos” como dice él mismo.
Los animales mansos salen del corral “enyugados” y caminan a su lado mansos y tranquilos porque se sienten en buenas manos.
Los caretos que son los más grandes, son unos animalones que intimidarían a cualquiera y sin embargo, cuando él los toca, piden más afecto, como si fueran cahorros.
“Yo no los uso solo para desfiles. Son mis compañeros de trabajo, porque tengo una empresita de arreglar zonas verdes y ellos me ayudan con la basura, a jalar madera y sobre todo que los bueyes entran donde no llega el camión o el tractor.
Antes los bueyes trabajaban más, ahora “se la tiran rico”, porque yo, más que nada, los tengo como si fueran mascotas”.
Los bueyes ¿se pensionan?…
Y luego de una vida de trabajo, los bueyes se engordan mucho o uno de los dos se muere y es muy difícil encontrarles un compañero, entonces el que queda “zonto” no se pone a trabajar más.
“Los bueyes se quieren mucho y son unos fieles compañeros de trabajo. Siempre callados. Y en realidad uno los quiere mucho, yo los chineo, en la mañana van al potrero, en la tardecita los encierro, por lo menos dos veces al día uno manipula los bueyes. Uno convive con ellos todos los días y se encariña mucho con los animales.
El amor y el interés…
Cuando le pregunto a Víctor si los bueyes le demuestran el amor que le tienen, se ríe y me dice: “Tal vez el amor es más por la comida que por uno, pero sí son muy cariñosos. Los míos apenas me ven allí afuera empiezan a bramar, porque me conocen y eso no lo hacen con ningún extraño”.
Además el buey a su manera se da a entender. Si está cansado se echa y nadie lo mueve. No responde si le hablan fuerte o “regañao” y es una bestia noble y fiel.
Como dice el experto, “ellos no esconden la fuerza ni el amor. Yo los ando por todo lado, pero por bien, nunca les hablo feo, ni los maltrato. Entre los tres nos vamos conociendo, porque la yunta se hace entre ellos y yo”.
“Es mejor hacer la yunta desde que estan chiquitillos. Ojalá de la misma vaca y de la misma bolsa, para que sean bien parecidos. A veces son tan parecidos que hay que ponerles señas para no confundirse a la hora de “enyugarlos”.
Hasta que la muerte los separe…
Igual que en el matrimonio, una yunta es para toda la vida porque si uno de los dos se muere, el otro queda “zonto” y según dice don Víctor es muy difícil conseguirle compañero.
“Tendría que conseguir a alguien que tenga un buey solo, pero eso no es nada fácil”, afirma el boyero.
Una escuela para toda la vida
Finalmente, entre tanta cosa que hablamos, le pregunto a Víctor si los bueyes además de su amor y su trabajo le han enseñado algo más.
“Yo he aprendido mucho de los bueyes porque son animales muy nobles, a jalar la carga en silencio, a jalar parejo, que siempre andan juntos en buenas y malas, porque hasta para pelear se necesitan dos. A obedecer para sacar la faena”.
Lo dejé con el aguacero. Me vine con la sensación de que todavía ahí no más, hay una Costa Rica que no deja sus raíces, ni olvida sus tradiciones.
Que hay hombres que aman la naturaleza, la cuidan, la respetan y ellos tienen compañeros leales, mansos que no le temen al trabajo por pesado que sea y que juntos, bueyes y boyero dibujan una estampa de tiquicia que no quiero que muera.