Llegó a la casa como todos los gatos: flaca, con hambre y pegando gritos exigiendo leche, abrigo ¡puerta!

Como era arrabalera, la mandamos a operar y le pusimos “Marla”.

La cosa se complicó y cuando el veterinario llamó para decirme que la herida se había abierto, yo, sin dejarlo terminar dije: “¡Y se murió!”.

-No-, dijo, “la reconstruímos, pero está muy malita. Usted tiene que venir dos veces al día a decirle que no se muera”.

Y, aunque me pareció un poco descabellado, lo hice. Fui mañana y tarde.

Ahí estaba yo, de pie, como la Magdalena al pie de la cruz, junto a la jaula, rogándole a Marla que se quedara de este lado y convenciéndola de que Dios no era una gato ni una lata de atún.

“¡No te murás! ¡Ve que fue mi culpa! ¡Yo no sabía que te ibas a complicar! ¡Era para que no metieran un montón de gatillos! ¡En el barrio hay mucho gato pachuco…”, y un mil palabras sin ton ni son que tenían el único fin de sanarla y que volviera a la vida un ratico más.

Y como las palabras cuando se juntan con el amor, son milagrosas, Marla sanó y ya nunca más volvimos a separarnos; entre las dos se tejió un vínculo poderoso, irrompible y eterno.

Fue mi amiga leal, silenciosa, incondicional, madrugadora y ronroneante durante dieciséis años.

Compartimos exámenes de grado, operaciones y recuperaciones, dolores viejos y nuevos, soledades y miedos, tiempos de vacas gordas y ratones flacos.

Si yo tenía que ausentarme por algún motivo, siempre me aguardó como se espera a un amiga: atenta en la ventana, expectante, feliz de verme.

Por mucho mundo que yo hubiera rodado, sabía que en casa alguien me esperaba sin preguntas, sin juicios, sin relojes.

Viniera como viniera, nos íbamos a la cama y ella se echaba a lado de mi almohada en el rincón de siempre, en el mismo lugar y con la misma gente.

Un día ya la sentí lenta y vieja como yo, pero le precisaba irse esta vez en forma definitiva.

Fuimos juntas al mismo doctor que la había salvado aquella vez, a que me explicara a mí, por qué Marlita ya no podía seguir acompañándome en su frasco gordo y peludo.

Y esta vez no valieron palabras, ni pucheros.

Como dos compañeras nos dijimos hasta luego, nos dimos un fuerte y largo abrazo y me la traje en el regazo, dormidita para siempre en una mis suérters más queridas.

Marla todavía me acompaña.

Ahí está en la almohada emplumada de mi alma, porque hay hilos invisibles que amarran el corazón y no sueltan con nada.

Y cuando me toque a mí cruzar el zaguán de nubes, allí estará con la cola parada y luminosa, saludándome, como si nada.

Escrito por Ana Coralia Fernández, periodista.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

7 comentarios

  1. Me hiciste llorar Liseth…yo tengo a Lanna una Golden con 12 años llena todavía de ganas de compartir con migo o con quien quiera chinearla y al mis tiempo con muchos males propios de su edad…ella casi habla cuando quiere algo porque aulla y su mirada es excepcional. Casi cruza el puente del arcoiris en 3 ocasiones pero aquí está, para abrazar a quien lo necesite y ese día será muy duro e inolvidable

  2. Elena Pérez Jiménez on

    Sin duda alguna cuando llega a nuestra vida una “mascota” porque en realidad se convierten en uno mas de la familia, cambian nuestras vidas para siempre; porque son incondicionales, fieles y con tanto amor para dar y siempre a nuestra espera. Su compañía es el complemento de nuestras vidas. Definitivamente que Dios todo lo hace perfecto.

  3. Karolina González on

    De las más hermosas y emotivas historias que he escuchado, tuve que llorar, me encanto ! Gracias por regalarnos tan hermosa anécdota a los amantes de los animales, Dios te bendiga

  4. Que bello me hizo llorar y ala vez,recordarme el doloroso momento de mi Mina bella y única y yo si no estaba preparada para su muerte y que daron sus recuerdos por siempre y esas fotos,que me hacen sonreír debes en cuando,Gracias Muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa………………………………………

  5. Kattya Jiménez on

    Hola Lizeth buenos días

    Mi nombre es Kattya Jiménez y continuando con el tema de las mascotas…
    Hace un tiempo estuve sin trabajo ( Soy profesional en Turismo ) pero en ese momento específico, se me ocurrió caminar perritos para poder subsistir y cree una alternativa que hoy en día es una segunda entrada en mi hogar.
    Camino perritos en el sector de Moravia y continúo a la vez con mi trabajo en turismo, Me encantaria que pudieran ver cómo reaccionan los perritos que camino desde hace más de 2 años y lo que hacen cuando los llegamos a recoger y tambien cómo se sorprenden las personas dueñas de los animalitos , cuando saben que tambien tengo otro trabajo porque muchas veces las personas dejamos los tacones de oficina y tomamos otras alternativas honestas, cuando la vida nos presenta un obstáculo.
    Me gustaria en algún momento compartir con usted mi historia y ojalá esto ayude a otras personas como lo hizo conmigo en todo este tiempo.

    Kattya Jiménez B 8387-2062

  6. Mayela Quesada Badilla on

    Ohhh por Dios, ésta bella historia de amor incondicional que se encuentra en un animalito me ha hecho llorar. Pues una relación así la tuve con mi perrita Camila, la cual se fue de mi lado hace 5 meses, después de quince años de ser inseparables. Su ausencia aún no la supero…

  7. Yannory Quesada Gómez on

    Que triste yo he sufrido la perdida de gatos y perros y es un gran dolor, ahorita tengo 3 perro y un gato y a todos los amo.