Los vimos por ‘tele’ y nos asombraron. “Pocho” y “Chito” tenían una amistad insólita. Hombre y cocodrilo jugaban y trabajaban juntos. A cinco años de la muerte de enorme reptil, Gilberto llora su partida como si hubiese sido ayer.

Texto escrito por: Ana Coralia Fernández, periodista

Hay gente que piensa que es imposible que un cocodrilo pueda ser amigo de un ser humano. Peor aún: hay gente que piensa que ni siquiera entre los seres humanos pueden existir sentimientos tan nobles y confiados e incondicionales como una amistad sin preguntas.

La historia de “Pocho” y “Chito” le dio vuelta al mundo. Cientos de turistas locales y externos visitaron la finca de Gilberto Graham Mackel más conocido como “Chito” con la expectativa de comprobar que hombre y fiera jugaran como dos niños en los recodos de una laguna en Siquirres.

Pero el amor nos desconcierta siempre y rompe todos los moldes establecidos. Triunfante y con las manos en la cintura nos mira retador y nos grita: ¿Y cómo que no se podía?

Porque “Pocho” y “Chito”, asombraron al mundo entero, incluyendo a su propia familia con las muestras de cariño y acrobacias que no fueron otra cosa que amistad, lealtad y amor, puro amor.

Hace cinco años, de manera imprevista “Pocho” murió.

Detalles más, detalles menos, esta no es la historia de ese momento, ni es el recuento de todas las aventura que compartieron juntos.

Esta es la historia de cómo un amigo se lleva en alma y se llora siempre.

“Era de la familia”

Olga Valle Baltodano, la esposa de Gilberto, me confiesa, -mientras espero la entrevista con su marido-, que para ella ha sido muy duro, por los dos. Primero, porque Pocho era parte de la familia y no una forma de ingreso económico como muchos piensan. Y segundo, porque “Chito” no deja de llorar por él a pesar del tiempo que ha pasado.

“Siempre pensé qué iba a hacer yo con el cocodrilo cuando se muriera “Chito”, porque ellos viven un promedio de 120 años y “Pocho” tenía ya 65. Yo pensando en que lo lógico era que nos muriéramos nosotros primero, pero Dios acomodó las cosas distinto y el dolor más grande ha sido ver sufrir a mi esposo sin poder hacer nada para remediarlo…”, confirma esta mujer valiente que ha vivido “como cien años con Gilberto”, según ella misma dice y que se ha subido a todas sus aventuras a veces con sentido de lucha y a veces con prudencia, porque Gilberto es un hombre de pura adrenalina.

Adrenalina pura

“Chito” fue campeón de lancha rápida, guía rutístico, campéon de motocross. Lo suyo es el riesgo y el peligro.

“Tanto es así, que cuando nos casamos yo le dije que dejara esas cosas tan peligrosas. El día que lo ví metido en la laguna con el cocodrilo, casi me da un infarto”, dice entre risas y reflexión esta valerosa mujer.

Pero al hablar con Gilberto de “Pocho”, me encuentro con un hombre dolido por la muerte de un amigo del alma.

“A veces voy a San José. La gente me reconoce y me dice: ¿Usté es el del lagarto verdad? Y yo contesto: No era un lagarto, era mi hermano. A mí “Pocho” me marcó. Muchos saben la historia. Yo me lo recogí herido y a falta de apoyo para dejarlo en un buen lugar acabé curándolo en casa. Se dejó querer y amansar y primero lo que hacíamos juntos era por diversión, luego fue la forma de usar el dinero que ganábamos juntos para beneficencia. Entre los dos ayudábamos a los viejitos y a muchas causas buenas. El era duro por fuera pero suave por dentro”.

“Cuates” hasta el final

“Una vez vino uno de esos expertos de National Geographic y me dijo: “Tenía que verlo con mis propios ojos. Pasarán mil años antes de que volvamos a ver a un cocodrilo haciendo lo que hace con usted”, dice Gilberto con la voz llena de nostalgia.

Éramos uña y carne. Si yo iba a comer pollo le decía a la muchacha que me alistar otro para llevar, pero ese era para “Pocho” que me esperaba siempre contento. Claro, ellos tienen el olfato largo y seguro olía la comida, pero es bonito pensar que semjante fiera siente algo por uno, porque no me lo demostraba solo por la comida, tuvo muchas muestras de afecto. Si yo me ausentaba varios días, se salía de valla y me iba a buscar”.

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Un dolor que no pasa

Ya él se fue hace cinco años y no hay día que yo no sienta que anda por ahí, lo siento en una rama que se mueve, en una sombra que sde hace debajo una palmera, ¿y quién le puede quitar a uno eso? Siento un gran vacío desde que no está.

Hay gente que piensa que es por la plata, pero no me importa lo que digan porque a mí se me fue un verdadero hermano, un amigo del alma.

Escuela de la vida

“Pocho a mí me enseñó que los animales a veces son mucho mejores que la gente. Son más honestos, leales y fieles. Son agradecidos hasta la muerte. Aprendí que no es el tiempo que se estima de vida sino lo que compartimos con quienes nos rodean.

Cuando veo los videos me da una gran tristeza y entonces voy donde él esta disecadito, y lo acaricio como cuando jugábamos en la laguna. Él y yo éramos los mejores amigos…”.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

2 comentarios

  1. Katherine chaves zuñiga on

    Un gran sentimiento ;sin duda alguna cuando amamos de corazón es muy doloroso recordar cuando ya no está ese ser tan amado …

  2. javier binns hidalgo on

    quiero saludar a chito por lo que logro hacer hacer con pocho,vecino de mi abuela primero ahora de nosotros ya que la finca colinda con la de el lo felicito