El disparo en la cara era letal pero ese día a Malala no le tocaba morir. La compañera del colegio que estaba a la par de ella se llenó de sangre, de terror y juró que a su amiguita el talibán la había matado.
Estar subidas en una buseta del colegio, con testigos, no fue impedimento para este asesino. La orden era matar a la chiquilla pakistaní que quería estudiar y no entendía que no se podía. El cumplió con la orden.
Ya luego en Inglaterra, a Malala le protegen su vida y aunque perdió el sentido auditivo -en uno de sus oídos-,, este acto terrorista sirvió para que el mundo entero oyera la voz de la jovencita que fue Nobel de la Paz en 2O14.
Este año 2O18, el periodista David Letterman le pregunta en su programa de entrevistas en Netflix “¿Te dan ganas de vengarte?” y ella dice dos cosas; primero está muy ocupada viviendo como para perder el tiempo, y segundo, si hay una buena forma de vengarse es esta: “He decidido que si me querían callar, hablaré. He decidido que si los talibanes quieren que los odie, los perdonaré. Mi venganza es el perdón. El que apretó el gatillo contra mí estaba seguro de estar haciendo lo correcto. Así que ese es problema de él. El mío es no odiar, no resentir, porque el odio me podría distraer e impedirme defender que las mujeres estudien en mi país, que es por lo que lucho”.
Entiendo así lo que Malala nos dice: Si queremos vengarnos de alguien que nos haya hecho daño, el perdón es la mejor venganza. Eso significa seguir defendiendo nuestros sueños, pensamientos y proyectos, pero sin cargar el odio que nos incapacita para amar la vida, odio que nos pesa, nos ciega, nos desubica y roba energía. Tu pelea es para ser feliz no para que la vida se encargue del que te dañó el corazón; la vida lo hará, no vos. Y si recurres a las leyes, ellas lo harán, no vos.
Véngate perdonando, que así va a ser más intenso el gozo de vivir, que era lo que alguien te trató de quitar y no lo logró.
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