La intolerancia nos golpea con una piedra sobre la cabeza;  nos deja tirados sin saber qué hacer, con el cráneo lesionado. A la intolerancia no le interesa que nadie piense. Es un espectáculo odioso, donde el ser humano se vuelve un animal carroñero que rodea a su presa. Todos pierden y no hay manera de ganar.

Todo pasa en cuestión de segundos: el que quedó tirado en el suelo fue intolerante segundos atrás de recibir la pedrada de otro intolerante que segundos después alzó los brazos para acabar con el problema.  “El problema es que usted piensa diferente a mí. Tirémonos piedras”.  

La intolerancia se maquilla de justicia:  Si el panadero me vendió un mal pan, le disparo a su hijo para que aprenda.

Qué maloliente es su aliento:  come tanto odio que eructa reacciones fétidas que tienen el poder de dañar de por vida al que piensa diferente a mí.  De las palabras a las piedras sólo hay un trecho; de las palabras al balazo sólo hay un gatillo. ¡Aprételo, la intolerancia se lo ordena!.

Yo no sé hasta cuándo tendremos que ver esas imágenes vergonzosas de gente resolviendo bestialmente lo que el ser humano puede resolver conversando.  

Siento tanta pena por tanto indigestado de frustración que camina por la calle y anda vomitando su fracaso encima de los demás, culpando a los demás, tirando a matar.

Por favor, ya.  Ya no más piedras, ya no más balazos.  Ya no más intolerancia.

Te recomiendo de Archivo: Marcelo Castro y Randall Salazar: la intolerancia mata 

 

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

Comments are closed.