A veces pasa. No es miedo, es terror. Ganas de salir corriendo. Decirle a la ventana que me cuente lo que ve, para no tener que abrir las cortinas y enfrentar el día con todo lo que ignoro que pasará.

Pero en eso, me acuerdo de la frase poderosa que me cacheteó un día:  “No me preocupo por el futuro porque ya Dios está ahí”.

Y viene el reto de creer.  Porque es fácil abrir los brazos agradeciendo lo pasado. Pero qué difícil agradecer lo que no ha llegado.

Agradecer que mis hijas estarán bien aunque el mundo sea a veces el peor lugar para vivir; agradecer que el esfuerzo de hoy cosechará puertas abiertas maravillosas; agradecer que aunque la muerte es segura, llegará cuando tenga una colección de momentos felices que ya de hecho he ido pegando con dedicación en el álbum de mi alma.

Las deudas serán saldadas, la montaña será escalada, la prueba superada.

Me decido abrir la puerta. Que nadie me cuente la vida. Que las ventanas sigan viendo lo que pasa porque yo no. Yo estoy viva.  

Dios está ahí en mi futuro.  Cambia todo, menos El. Cambio yo, menos Su Amor.  Me siento a salvo con El.

Te recomiendo de Archivo:  Dios tiene una sucursal en el regazo de mi madre.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

Comments are closed.