¿Qué les duele a los niños migrantes? ¿Por qué siguen llorando si ya les dieron agua y pan? ¿Qué médico los puede aliviar cuando la que duele es la soledad que inicia en el corazón y hace metástasis en al alma?.
Quién le dijo a los gringos que su política de “tolerancia cero” de Trump tenía que incluir la instalación en la mente de una bacteria llamada desconsuelo que se come la dignidad del niño, un pequeño que no entiende de pasaportes, de fronteras, de agujas en casetillas de guardas, de muros.
Cómo consolarlos cuando “las autoridades” les secuestran la dignidad y los condenan a dormir en el suelo, enjaulados, prisioneros de un delito que se llama existir, porque no comprenden lo que sucede.
Al chiquito que aún tiene pocas palabras, alguien le soltó de la manita a sus padres, padres pobres, seguro, pero mamá y papá son gente que los ama, no me los quiten, no se vayan, devuélvanmelos, no se vayan, ellos son lo único que tengo, lo único que ocupo para ser feliz. Porque de veras, eso ocupa uno cuando es chico.
Cómo duele estar vivo y que pasen los días y sigan pasando e ir enterrando la ilusión de abrazar a los que uno ama. Cuánto añorará la niña migrante el beso de la mamá, las cosquillas del papá, la comida de la casa, el olor de hogar, la mano de Ma que la ayuda a cruzar la calle, el padre que la abraza para que no tenga frío.
El mundo tiene que reaccionar. Que ningún niño migrante llore, que todos sean amados aquí o allá, con pasaporte o sin él, porque los niños de amor y compasión entienden pero de crueldad, no.
Te recomiendo de Archivo: El niño balletista que le ganó al bullying