El abuelo de esta niña nació en China. Cuando vino a Costa Rica, hace más de 60 años, se enamoró de una tica y aquí construyeron las bases de un hogar con hijos y nietos ticos. Luego de conocerse la noticia del coronavirus y su origen en China, un compañero de la escuela vio venir a la niña, nieta de este hombre que les cuento y la empujó con todas sus fuerzas. “Usted ni se acerque porque trae el coronavirus”, le gritó en el pasillo de la escuela y agregó “de por sí dicen mis papás que hay muchos chinos en el mundo y que sobran”. El chico solo sabe que el segundo apellido de su compañera es chino y le bastó para tirarla al suelo. El no sabe que padece de una enfermedad que no se ve, y es peor de destructiva.
Hay epidemias que atacan el cuerpo y otras que atacan el alma.
Las primeras son físicas y amenazan, en un momento determinado, la salud de todos. Y hay epidemias mucho más largas, graves, que se transmiten de padres a hijos y ahí siguen de generación en generación tomando fuerza y destruyendo dignidades, que es al fin y al cabo con lo que venimos a este mundo y lo único con lo que nos vamos.
Es curioso El famoso coronavirus encuentra una primera barrera en las manos que se lavan con jabón, varias veces al día y luego se activan protocolos según la fuerza de su evolución. Pero cómo lavarnos de “verdades” que se repiten en chistes, en matonadas, en desprecios contra aquellos que son extranjeros, o quienes por circunstancias especiales son migrantes y viven en nuestro vecindario. O contra quienes cometen el “pecado” de llevar el apellido de antepasados que nacieron lejos de este païs y han construido sueños en una tierra que terminó siendo propia, muy suya y han ayudado a levantarla también.
Así como nos cuidamos del coronavirus, cuidémonos de las bacterias sucias y violentas que se cuelan en el alma y terminan por convertirla en un saco virulento que gobierna nuestra vida y se esparce por toda la sociedad.
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