No hay nada que decir. El que quiera creer que crea y el que no que viva en la oscuridad de la duda.
Hay amores que te cambian la vida y el tiempo. Se quedan en el tuétano de tus huesos y en tu memoria para siempre, digan lo que digan los demás.
Escrito por la periodista y escritora Ana Coralia Fernández Arias // Foto: Ana Catalina Arguedas
Cuando acordamos en esta revista hacer una serie sobre ese lazo fuerte, inexplicable y único que establecemos con formas de vida distintas a la nuestra y que yo lo escribiera, jamás me imaginé que en esa precisa semana se nos iba a ir nuestro querido Pepper, un perrito que acogimos (no lo adoptamos, ni lo recogimos), con todo amor, hace más de seis años.
Llegó cuando en casa había una tormenta.
Pasábamos uno de esos momentos difíciles que se dan en todas las familias, porque en la mía, como somos solo tres a lo Curly, Larry y Moe, lo que le pasa a uno, le pasa a todos.
El día que llegó Pepper, dejamos de llorar.
Él llenó todos los espacios física y emocionalmente y “a cada loco con su tema”: a Cata, dormir con ella y hacerla sentir caliente o acompañarla en sus extensas horas de trabajo; a Fer, ensimismado y enigmático, largas horas de conversaciones políticas y filosóficas a pura telepatía, mientras uno estaba en la ‘compu’ y el otro en la ruedita de fieltro comprada en “Litle World”.
Pero era tan inteligente el Pepper, que no me hubiera extrañado para nada que los papeles se intercambiaran y encontrármelo a él ante el monitor y a Fer en la ruedita, analizando la insólita e indigerible realidad nacional.
Y a mí, a mí me quedaba la parte doméstica y un rol que toca a todas las madres: limpiar las caquillas, secar “los miaos”, bañarlo, darle su comida y así me gané también el privilegio de su compañía a los pies de mi mesa de trabajo, en mis desvelos cotidianos de las dos de la mañana y en las caminatas por el barrio donde con mis otras dos amigas peludas, Tasha y Camila, nos íbamos los cuatro de juerga a olerles la cola a los vecinos.
Amigo, amigo
Cuando llegó a casa tenía tiempo de andar en la calle. Una familiar muy cercana lo recogió en medio de un aguacero y buscándole un hogar, llegó al nuestro.
Pero nadie estaba en la grada de arriba.
Todos nos necesitábamos igual y por eso completó la silla zonta en la mesa redonda del comedor, porque en nuestro hogar no hay cabeceras, todo es una democracia.
Por supuesto, se jalaba sus tortas, se adueñó de algunos sitios sagrados como poner su cabeza en la almohada de Fer, pero su prudencia, fue una lección de vida.
Cuando llegaban visitas, él se comportaba como todo un caballero y cuando estaba en la cochera, como todo un perro.
Siempre incondicional, nunca nos dio a entender que quisiera estar en otro lado, aunque, escapista por naturaleza, no se podía dejar el portón abierto, porque – a saber qué cosas horribles le habían pasado-, salía como un torbellino y, ¿adónde se mete el viento cuando no sopla?
¡Yo me quedo!
La vida es una enorme rueda de Chicago que nunca se detiene.
Catita, que siempre viajó en nuestro mismo carromato, decidió tener su espacio propio y se marchó a Estados Unidos a perseguir su cometa.
Pepper se quedó con nosotros, no porque ella quisiera dejarlo sino porque se lo pedimos. Así, al menos, un poco del amor que tanto ella le había dado se quedaría en casa, como un pedacito de su corazón en casa.
Entonces nuestros lazos se estrecaron mucho más y se convirtió en el confidente, en la presencia constante, en quien nos despedía a buscar el pan y en el que nos recibía al borde de la locura a nuestro regreso.
Allí donde no había nadie en horas de soledad y reflexión, estaba él con su diulce mirada y sus grandes bigotes.
Yo hasta un cuento y una canción le escribí (“Charrales” por el molote de pelo que tenía este noble perro cuando lo encontramos), tratando de darle poesía a un momento de la vida duro y noble, como dejar ir a tu único hijo a la camino que le espera.
Ahora, gracias a este libro, los niños y los jóvenes comprenden que separarse de las personas que amamos no implica dejar de quererse.
La chancha “tuerce” el rabo
Las historias de estos amigos de luz siempre tienen esa vaina. Esa es la razón por la que veo historias de animales hasta la mitad.
Sé que en algún punto del camino, ellos deben emprender un viaje donde no podemos acompañarlos.
Pepper se nos fue de pronto a raíz de una seria disfunción renal que dañó su sangre y en muy pocos días lo perdimos.
No hay manera de escribir esto sin que mis lagrimones mojen el teclado, sin que las noches desde entonces sean más largas y vacías, sin que nuestra familia esté de luto.
Y en esa línea se encuentra uno de todo: amigos solidarios y sensibles que con o sin mascotas comprenden que la compañía, el cariño y la lealtad vengan de donde vengan pueden hacer la diferencia entre levantarse con ganas o querer salir corriendo.
Otros se extrañarán de que la partida de un amigo peludo ponga de duelo a todo un clan, pensando con arrogancia humana que nunca deberíamos poner al mismo nivel a animales y humanos.
Eso es cierto, no estamos al mismo nivel.
Ellos están más alto en honestidad, bondad, intuición y amor.
Nunca, ninguno de mis amigos me ha recibido brincando de la contentera aunque me hubiese dejado de ver hacía solo cinco minutos.
Nunca, nadie me extendió la pata para que le siguiera dando cariño aunque se me gastara la mano.
Nunca ningún ser humano me escuchó con tanto silencio y respeto en mis horas más oscuras cuando mi alma necesitaba exactamente eso.
Lo digo por mí y por los míos. Y por todos los que sabemos que hay mundo invisible y estupendo más allá de nuestros sentidos y de lo que está “formalmente” establecido”.
Pepper a veces robaba comida, se cachaba el campo de cama de Fer y a los gatos de la casa todo el atún que pudo, pero sobre todo se robó nuestro corazón.
7 comentarios
Mis perros son la grata y maravillosa extensión de mi familia. Cada uno posee diferente personalidad perruna si se puede describir así, y a cada uno se le ama y respeta así como son. Nos han llamado locos y hasta acumuladores pero no sabemos cómo negarle hogar a quien nos mira suplicando nuestra ayuda y protección. Ya algunos se han marchado por edad, por enfermedado porque sufrieron accidentes de tránsito y por más esfuerzos veterinarios fue imposible recuperarlos. Por todos hemos llorado, con todos hemos reído, y soñado. De todos hemos aprendido y lo seguimos haciendo con los que están, que debemos valorar cada instante, ser felices y agradecidos con lo que tenemos, que la nobleza del corazón se demuestra con hechos y no palabras y que el amor, se basa en respeto, confianza y cariño. Ellos, mis perros, mis amigos, mis tesoros, mis perrijos. Antes sin ellos yo sentía diferente, yo vivía distinto. Ahora con ellos, nuestra familia a crecido en cantidad, humanidad y bondad. Seguiremos siendo los locos del barrio, a quienes les llegan solitos los perros a la puerta de la casa o al carro, quienes lloramos la partida de uno y nos asombramos con la llega inesperada de dos. Los que hacemos de tripas chorizo para tener su alimento y visitas al doctor. Esos los locos, los que aprendieron a amar incondicionalmente y a sentir dolor en el alma por otros que no necesariamente son seres humanos. Esos locos, somos nosotros.
Que difícil es leer éstas historias, cuando uno se siente tan identificado con ellas. Lloro a lágrima viva porque conocí de ese amor que aquí se relata de Pepper y familia. Yo lo tuve con mi adorada y recordada Camila y mi hijo, éramos una familia de tres miembros con igual importancia en casa. Ella también nos tuvo que dejar sorpresivamente por problemas renales hace sólo cinco meses y la ausencia y el dolor sigue vivo. Yo sí entiendo de ese bello amor incondicional que esas criaturas peludas nos dan.
Se lo que se llegan a querer y creelo también se el dolor que sientes, mi más sentido pésame le diste todo el cariño del mundo y dejó huella en tu corazón y en tu alma
…😢😢😢… hasta siempre…😢😢😢
Lamento su pérdida, dejan un gran vacío en nuestra vida, nuestros corazones y como cuesta entender que ya es su tiempo, pero fuimos dichosos al compartir con ellos y haber sido parte de sus vidas. Ahora, hay otra estrella en el cielo y miles de recuerdos que llevaremos por siempre en nuestra memoria.
Que bella y triste historia hasta lloré cuando recordé a mi perrita Demi el día que me despedí de ella fueron 13 años de su compañía claro que se identifica uno como no si son los amigos más fieles que puede tener uno en la vida.
Hay tantos peppers…. en mi familia es Tito, igual llego a la casa un día de tantos, después de un año me informan que tiene insuficiencia renal crónica, padecimiento que lo obtuvo en ese andar por las calles sin agua ni comida. Desde hace casi tres años que es parte de nuestra familia, le hemos dado todo el amor, aunque no creo que supere el que el nos ha dado, su final se aproxima ya nos lo anunciaron, pero aquí estamos en la lucha por darle su tratamiento, calidad de vida y todo el amor.