Periodista: Wendy Arias.

En poco tiempo se convertirá en chef, trabajará para ser soporte de sus padres y hermano. Mientras tanto, se dedica a cumplir sus metas, provocar sonrisas,  dar ánimo a quien lo necesite y sobre todo, a demostrar que se puede regalar una sonrisa a pesar de las turbulencias de la vida.

“El secreto esta en disfrutar las buenas noticias y en no tomarse tan a pecho las malas, esas se aceptan y se sigue viviendo. Porque una mente positiva logra avanzar, una negativa se estanca”.

Tenía 17 años, curiosidad y muchas ganas de explorar lo que le ofrecía el mundo. Dejó la Zona Sur del país y se mudó a San José donde empezó a trabajar. En medio de su inmadurez fue seducido por las fiestas, el licor en exceso y la poca precaución para conocer nuevas personas.

Pasaron unos cinco años, para que el protagonista de esta historia volviera a casa, sin saber que justo ahí se enfrentaría con una noticia que le haría ver la vida más allá de trabajar para salir de fiesta, una perspectiva diferente.

“Estaba limpiando en casa de mi mamá y se me inflamaron mucho las piernas, fui al médico, estuve 22 días internado, me hicieron varias pruebas. El doctor fue claro y directo cuando me dio el resultado, era VIH. Pensé más en mis papás que en mi, sentía que había fallado ”.

Transcurrió un año para que este joven empezara a tratar el virus, asegura que no había caído en si, por lo que la gravedad de su padecimiento aumentó, desarrollando el Sida, etapa de infección provocada por el VIH si no se trata.

“Por el desconocimiento sobre el tema muchas personas me rechazaban cuando contaba sobre mi padecimiento y me afectó, pero con el tiempo entendí que el Sida es una enfermedad como la diabetes, no tiene cura, pero es tratable. Esto es como una lotería, a cualquiera le puede pasar. Soy el mismo pero transformado, más yo no voy por el mundo transformando a la gente o haciendo daño. Solo acepté que tengo el virus de VIH- Sida, la controlo y sigo mi vida de la mano de mis papás y las personas que quiero. Lo cierto es que la enfermedad marcó un antes y un después, me hizo más fuerte para enfrentar lo que seguía”.

Este joven que nos pidió respetar su anonimato, terminó el bachillerato y se fijó una meta: convertirse en profesional y dar soporte a su familia. Sin embargo, las pruebas no quedaban ahí. Justo cuando estaba listo para entrar a la universidad, un cáncer aparecía para retrasar el paso.

“Cuando me diagnosticaron cáncer supe que la entrada a clases iba a tener que esperar por la quimioterapia, pero el tratamiento me iba a hacer esperar, no a frenar. Después de un año me dieron de alta, matriculé y estoy estudiando”.

Justo cuando las aguas parecían calmarse, otras dos noticias llegaban a tratar de derrumbar a este joven que hoy tiene 28 años. Su papá fue diagnosticado con un tumor en la cabeza del que fue operado y se recupera a paso lento, pero satisfactoriamente y su mamá actualmente se encuentra en lucha contra el cáncer de páncreas.

“No ha sido un camino fácil, pero cada prueba me ha hecho más fuerte, me blinde ante las críticas. Porque nadie puede juzgar si no ha pasado por el proceso. Más allá del virus del VIH, mas allá del cáncer, mas allá de las dificultades, está la vida y yo estoy lleno de vida. Me gusta que la gente se contagie de ganas de seguir adelante, de aceptar las cosas como Dios quiere sin perder fuerza”.

Hoy este joven afirma que la vida lo hizo madurar, se blindó ante las críticas, vive más cerca de sus seres queridos, disfrutando cada etapa y aconseja a quienes están a su alrededor con bromas y sin perder el sentido del humor. EL, que sabe muy bien lo que genera una enfermedad, está convencido de que no hay mejor medicina que sonreír y hacer sonreír a la gente.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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