Periodista: Lorena Bogantes
Cuando un familiar muere siempre se lleva consigo una parte de nosotros, inclusive en ocasiones sentimos que no podemos continuar la vida. Pero cuando se trata de un suicidio el escenario es aún más incomprensible y duro de sobrellevar. Hace casi 3 años, Evelyn se vio forzada a empezar a vivir sin uno de sus grandes amores: su hermano Michael.
“Un sábado a medio día nos encontrábamos mi mamá y yo en la sala preocupadas porque no sabíamos nada de mi hermano, hablamos con la señora donde mi hermano vivía (en Heredia) porque sólo sabían que él había entrado a la habitación, pero lo llamaban y no respondía… hasta medio día que abrieron la puerta y lo encontraron, en ese momento la señora me llamo a mí para darme la noticia. Era tan fuerte que mi reacción fue gritar, no sabía cómo decirle a mi mamá que mi hermano estaba muerto.”
Depresión y el llamado “mal de amores”, fue lo que provocó que Michael Andrés, un joven de 27 años y padre de un niño de 6 años, decidiera acabar con su vida.
“Él una vez molesto le comentó a mi mamá que había intentado tres veces hacerlo (quitarse la vida) pero no había podido. Entonces ella nunca dejaba sólo, hasta que se vino para Heredia, pues nosotros somos de la zona sur, y en un momento de estrés, angustia y soledad trsitemente él lo logró”, recuerda Evelyn, quien en ese entonces estaba en último año de colegio.
Ante el panorama que había cambiado sus vidas, reconoce que su mamá siempre fue la más fuerte, aunque por dentro estaba destrozada, “lo más difícil de esa situación fue que mis hermanas ya no vivían en la casa y a mis 17 años me tocó crecer y tomar decisiones como adulto. Muchas veces me tocó escuchar en las madrugadas a mi madre llorar desconsoladamente, yo me sentía impotente, sentía que no podía, lo único que hacía era ponerme la almohada sobre mi cabeza.”
De esa manera el tiempo transcurrió, con visitas a la tumba de su hermano al menos dos veces por semana buscando la manera de aceptar su ausencia. “Mi hermano se había formado un pilar en mi vida, teníamos muchas cosas en común, planes a futuro, éramos tan llenos de vida, nos amábamos demasiado, y a pesar de que ya él era padre siempre me cuidó, consintió, chineó y me dio los mejores consejos.”
A casi tres años de su partida, Evelyn, a pesar de que siente que hay un gran vacío en su vida, actualmente trabaja y estudia luchando para lograr las metas que una vez se propuso y que está segura, su hermano estaría muy orgulloso de ella. Y su mamá, hermanas y sobrino, con la ayuda de Dios y amigos han logrado salir adelante también, aunque cada día recuerden y extrañen la presencia de Michael en sus vidas.
Sabe además que su familia no ha sido la única en tener que enfrentar una situación así. Para aquellas personas que sienten que ya no hay salida ella les da un consejo: “No hay pruebas que Dios mandé que no se puedan superar, siempre y cuando estemos agarrados de la mano de Él. ¡Somos sobrevivientes del dolor, hay que seguir adelante!”