Periodista: Wendy Arias

“Solo recuerdo un carro azul y una camisa blanca con la que limpiaba lo que ahora se como se llama: semen. Pasaba después de tocarme y masturbarse, esto también tiene nombre hasta ahora”.

Su mente bloqueó muchas cosas, por lo que esta es una de las pocas imágenes que aun aún puede recordar. Era apenas una niña de cuatro años cuando empezaron los abusos sexuales por parte de uno de sus abuelos.  Ella iba a aquella casa con la única ilusión de jugar con otros pequeños, pero en lugar de sonreír, las lágrimas y el el silencio se adueñaron de su vida.

“Fui una niña no deseada, mi mamá me tuvo a los 17 años, mi papá también era un adolecente y se negó a acompañarle en crianza. Siempre hubo soledad y si, posiblemente descuido. Yo iba a la casa de aquel señor sin saber que era el padre de mi papá, pero él si sabía quien era yo. Tengo pocos recuerdos de aquellos momentos, creo que mi mente me protege de ellos. Hubo un tío que también abuso de mí, solo recuerdo la guitarra y que él estaba desnudo, tenía unos siete años. Más grande otro tío me obligaba a masturbarle. Sabes, ya a los 10 años no me sentía una niña igual a las demás. Me sentía insegura, diferente, hasta culpable porque así me lo hicieron ver desde los cinco años. Le tenia miedo a la oscuridad, me daba miedo que al apagar la luz alguien me tocara”.

A los 13 años, la protagonista de esta historia consumía alcohol, drogas,  tenía sexo sin precaución y eran latentes sus conductas depresivas. Para los 16, ya no vivía en casa de su madre, ahora pasaba las noches un día aquí y otro allá. En casa de un amigo, en bunker o cualquier lugar. Su madre nunca supo de los abusos porque el silencio, la culpa, la tristeza y el miedo eran sus fieles compañeros.

“Yo no quería tener sexo, pero lo hacía, consumía lo que fuera tratando de llenar vacíos. Quería dormir y nunca más despertar, me sentía totalmente sola. Mi necesidad de atención era tan alta que me ponía jabón en los ojos para que estuvieran muy rojos, así tal vez, alguien me preguntaba que me pasaba. Yo quería hablar y contar mi vida, llorar con alguien, pero no me atrevía a hacerlo. Me encerraba en mi misma”, recuerda.

La prostitución, adicción y depresión parecían ser una historia sin fin para nuestra protagonista. Sin embargo, la vida le tenía preparado un cambio. A sus 20 años decidió encontrase a si misma, perdonar y dejar de culparse. Aunque el recorrido no ha sido fácil, y el viaje ha tenido turbulencia, su perseverancia ha sido más fuerte. Hoy suma casi 20 años de no consumir drogas, enfrentar los abusos que una vez le robaron su sonrisa y encarar la depresión.

“Lo primero es aceptar y querer ayudarse, luego rodearse de personas que han pasado por lo mismo y de especialistas. Debemos entender que la depresión y adicción no se dan y no se tratan de la misma forma en cada persona. No funciona lo mismo para uno que para el otro.  Perdonar a aquellas personas que abusaron de mi ha sido lo más difícil. Una dice: ¿Tras de que me abusaron, me hice adicta y depresiva tengo que perdonarlos?. Pero es que no, el perdón no es un favor a ellos, es a uno mismo, me hice un regalo cuando los perdoné. Soy más feliz ahora”.

Asegura que las conductas depresivas aparecen algunas veces, sobre todo cuando alguien se va, pero tener información sobre el tema le ayuda a sobrellevarlo de una mejor manera. Y aunque algunas veces la vida parece ponerse cuesta arriba, la protagonista de esta historia, ha sabido mantenerse en pie, con perseverancia, tratamiento y ayuda de especialistas.

“He salido adelante y puedo decir que me encontré amí  misma, sigo en proceso de terminar de aceptarme, hay momentos de de lágrimas, pero también de risas. Puedo decir que soy una mujer nueva y plena”.

Esta mujer guerrera, no solo se ayuda a si misma, también ayuda a otras personas que atraviesan o han enfrentado situaciones similares, brinda una mano amiga  con su testimonio y más que con palabras convence con sus acciones a que la vida tiene túneles pero también luces, y que la oscuridad también pasa.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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