Periodista: Juan Manuel Fernández
“A mi edad muchos dicen que estamos robando oxígeno. Pues yo no lo robo, yo lo regalo”.
Olga Marina Alfaro vda. de Méndez tiene 82 años. Aunque tiene una pastelería y cafetería, su gran vocación es sembrar árboles y dar charlas del medioambiente a jóvenes, a través de la Asociación Huehuetenango Verde, fundada por ella.
Esta guatemalteca vive allá en el noroccidente donde se acaba su país en el límite con México. “Huehue”, como se le dice para abreviar, es quizás uno de los lugares más bellos y ricos en la tierra. Combina el frío con la tierra baja. El volcán con las montañas, en la famosa Sierra de los Cuchumatanes.
Pero el ser lugar fronterizo, expone su riqueza natural a peligros del crimen organizado y también de la deforestación.
“Mi sueño es ver a Huehuetenango verde, que sea el pulmón de Guatemala y del mundo, y eso no lo he alcanzado. Me falta mucho, pero me siento con energía para lograr un poco más. Yo ando invitando a quien puedo a esperar con ansias el invierno para reforestar donde se pueda”.
“El cielo está cerca”
Viuda desde hace 25 años, dejó la contabilidad porque no le apasionaba. Su hobby era hacer pasteles, pero su misión, sembrar árboles. De joven tuvo oportunidad de emigrar a Estados Unidos, aunque confiesa que “bendito Dios que no me fui, aquí hay aire puro, hay naturaleza, hay cariño, el cielo está cerca y soy feliz, allá se vive con indiferencia”.
Además de los bosques que ha sembrado, tiene 4 hijos, ocho nietos, y dos bisnietos, a quienes inculca que la mejor forma de cuidar el planeta, es regalando oxígeno.
“Desde niña siembro árboles, pero después me di cuenta de que tenía algo que hacer más por el ambiente. Contraté a dos jardineros y empezamos a sembrar. Los primeros años compraba los árboles. Luego decidí hacer mis propios semilleros. Hoy me dedico a cuidar y sembrar especies como el sauce o el ahuehuete” cuenta.
Frondosos y milenarios
Por allá en una aldea llamada Chaquial, en el municipio de Nentón, comparte de la existencia de un árbol con más de 1000 años, al que al abrazarlo no se pueden juntar las manos. “¿Cómo no amarlos y cuidarlos?”, reflexiona.
Cuando le preguntamos por qué siembra específicamente la especie de ahuehuete, respira y describe que “son especiales para proteger nuestras fuentes hídricas, son frondosos, no botan la hoja, y ¡son milenarios!”
Desde una tierra de grande riqueza cultural y atractivos turísticos –pero olvidada por el gobierno, dice– dice con preocupación que “si los árboles se terminan nos vamos a morir. Los políticos no deberían venir aquí a regalar bolsas (de víveres), si no semillas, y enseñar a sembrar”.
Si algún día pasa cerca de Huehuetenango, pregunte por doña Olga.
Ella es la madre que los árboles adoptaron. Una abuela con mil brazos en forma de troncos de madera. Ese es su legado.