“Me duele cada hueso del cuerpo. Es desesperante. Sigo aquí en la casa y mi esposo en la UCI. Es demasiado duro todo esto”.
Ana me habla por teléfono con la voz débil. Es de noche y es una mala hora para su angustia: “Ya entiendo a los niños a los que les da miedo la noche. Yo temo que no pueda ni llamar por teléfono si me sintiera más mal”.
Familia con Coronavirus
El Coronavirus para esta pareja vecina de Pavas, no es esa estadística que anuncia el Ministro Salas cada mediodía. El COVID-19, es dolor.
“Primero fue mi cuñado el que dio positivo. Incluso la abuelita de 84 años dio positivo. Pero fue mi cuñado al que internaron, se puso mal y está internado en el Calderón Guardia“.
Antes del internamiento de su cuñado, días atrás Ana y su esposo fueron a auxiliarlo a la casa porque se desmayó. Ignoraban que el virus ya estaba presente, aunque fueron con mascarilla y careta aplicando el protocolo.
El diagnóstico de COVID en el cuñado hizo que el matrimonio se hiciera la prueba.
El 1 de julio se las hicieron. El dio positivo y ella negativo.
Su esposo, de nacionalidad cubana, con más de 20 años de vivir en Costa Rica tiene 59 años y es diabético.
Muy pronto, el deterioro físico de èl generó que le giraran una orden de internamiento en el CEACO porque rápidamente se le desarrolló una infección pulmonar. En este momento está en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Ana relata: “Cuando a él lo internaron y aunque yo había dado negativo, me seguí sintiendo mal y no era algo que yo me imaginara, no era mi mente. Me repitieron la prueba. El 6 de julio me dijeron que yo también tenía coronavirus”.
Dolor inigualable
Ana, quien a sus 58 años es madre de dos hijas y abuela de un varoncito, nos describe los dolores físicos que empezó a experimentar al ser víctima de la pandemia:
“Vea, ni siquiera los dolores de parto son como esto que siento. Hay días en que no puedo ni apoyar la planta de los pies en el suelo. Por ahí dicen que esto es como una quiebra-huesos. Jamás! Eso es nada comparado con este dolor”.
La hija mayor de esta mujer empleada del INA, se ha encargado de que su mamá coma dejándole los alimentos en la puerta de la casa, sin que puedan tener contacto físico. “No tengo ni apetito, pero tengo que comer para no debilitarme más”, comenta.
Al mal tiempo, buena cara
“Tengo un nietito de 8 años y me escribe que le ponga una carita alegre si me siento bien o triste si me siento mal. Yo le pongo carita alegre para que no se preocupe, pero esta enfermedad hace que un dia uno esté bien y al otro muy mal”.
“Hoy pude conversar con mi esposo por video llamada, él en CEACO y yo acá en la casa. Hoy fue un día bueno para él dentro de lo que cabe, pero me vio que estoy mal. Otros días él me ha escrito que ya no puede más. Yo le doy fuerzas y le pido a Dios que nos ayude. Vamos a ver mañana si sigue mejor”, dice Ana, quien espera que esto, en el futuro sea tan sólo una anécdota que los marcó pero que conservan la vida y el episodio llamado COVID-19 quede en el pasado.