Periodista Wendy Arias
Es ese pequeño lugar que día a día guarda y esconde diferentes historias de todos aquellos que se acercan a su ventanilla para comprar un paquete de café, un helado o una bolsa de pan. Esa es la pulpería, la tradicional, la que suma años reuniendo abarrotes y relatos de sus clientes.
Tras la ventana, el pulpero, algunas veces psicólogo, otras consejero y algunas más confidente. Como doña Flor Fernández, quien tiene 40 años de ser más que vendedora, amiga de sus compradores.
“A mí me encanta ser pulpera. Pequeñita jugaba a serlo con mis hermanas y primos, les vendía pedacitos de pan o de tortilla, pinchos de banano o elotes, hasta fresquitos. Me pagaban con hojas o pesetas, era mi juego preferido. Cuando me casé, Rigo, mi esposo, puso esta pulpería. Al principio la atendíamos los dos, después el se dedicó a trabajar en otras cosas y yo seguí de lleno en esto. He visto pasar muchas generaciones, chiquitos que antes venían de la escuela a comprar confites y hoy son adultos que vienen por una bolsa de arroz o azúcar paras sus casas, algunos ya tienen hijos”, asegura con una sonrisa.
“El Pueblo”, es el nombre que bautiza a esta pulpería ubicada en Pedernal de Puriscal, una más de las que se niega a desaparecer y se aferra en mostrar a las futuras generaciones la esencia del comerciante costarricense.
“Las pulperías, las de antes, esas en las que al pulpero le apasiona lo que hace, son un lugar donde además de vender se comparte, se convive con los niños y los adultos. A mi ventana llegan a comprar y aprovechan para desahogar algún problema, contarme un momento de alegría, hablar sobre el trabajo, la escuela o el colegio. Por eso es que una se encariña con lo que hace”, afirma doña Flor.
Para esta mujer de 71 años, madre de tres hijas y abuela de cuatro nietos, la calculadora no es una herramienta indispensable; la cuenta se hace con libreta y lapicero en mano, los precios de sus productos los sabe de memoria, la sonrisa es persistente y las ganas de seguir abriendo las puertas de su pulpería son inagotables.
“Voy a seguir atendiendo hasta que Dios quiera, esto es lo que siempre quise y la clave para mantenerse es el cariño y el entusiasmo por lo que se hace . Además, la esencia de la pulpería debe conservarse, ahora lo que hay son mini súper o tiendas en las que la gente compra y se va, el dependiente solo vende, sin generar empatía con su cliente. La pulpería es de nuestras raíces, sería una lástima perderlas”.
Y es que para muchos escuchar la frase: “Vamos a la pulpe”, no es solo un vistazo al pasado, es un recuerdo de los mandados de niños, las golosinas que se compraban con el vuelto, las platicas con los vecinos del barrio o el pulpero. A pesar de que cada vez es más difícil encontrar una pulpería tradicional en las calles o poblados, las que continúan con sus ventanillas abiertas, como la de doña Flor, siguen firmes en mostrar al autentico vendedor tico y en mantenerse como el baúl más grande de historias entre el comprador y el pulpero.