Periodista: Juan Manuel Fernández
Es un lunes cualquiera por la mañana. El congestionado tráfico de la gran ciudad indica que ya hay clientes cerca. Él revisa su caja de madera. Todo está allí: el cepillo, el lustre y el ‘saca brillo’. Apenas vea un caballero bien vestido y rumbo a una importante reunión, sabrá que es momento de ofrecer sus servicios.
Moisés tiene 14 años y llega a las 6 de la mañana a las afueras del edificio de Migración de la Zona 4, en la Ciudad de Guatemala. “Quiero ser doctor cuando sea grande. Por eso vengo a la escuela de lustradores” nos cuenta él mismo.
Y es que, hace un tiempo le contaron que en el centro de la capital hay un colegio que los recibe a él y a otros niños con su mismo oficio. Todos comparten una dificultad: entre semana, no pueden estudiar por la necesidad de trabajar, pero los sábados dos maestros y un comedor están dispuestos a darles lo que la vida les ha negado.
Lecciones brillantes
La Fundación Miguel Torrebiarte, de la empresa guatemalteca Calzado Coban, abrió el programa “Lecciones Brillantes” para que niños como Moisés puedan estudiar los sábados, sin dejar de atender su trabajo, y así concluir la primaria, reconocida por el Ministerio de Educación de Guatemala.
“Antes yo compraba la pasta (el betún para lustrar) pero ahora ya no, porque aquí nos la regalan” cuenta Moisés, quien sabe ben que cuando es quincena le va mejor: hace por lo menos 150 quetzales diarios (unos 9.700 colones), aunque en los días malos, solo llega a 50 quetzales (unos 3.300 colones). Además, debe apartar dinero para pagar el cuarto que renta con sus hermanos, pues no vive con sus papas.
“Su trabajo es su mayor obstáculo. Estos niños son la fuente de sustento para sus hogares, porque allí los ven como adultos. Como necesitan del dinero, muchos no se permiten venir a una mañana de estudio, porque tienen que trabajar para poder comer” confirma Freddy Lemus, el director del Liceo San Francisco de Borja, y quien facilita las instalaciones para las clases.
A unos metros de Moisés, trabaja su amigo Víctor. También es compañero de clase los sábados. Su felicidad es ver que termine la clase para ir a ‘jugar pelota’ como él mismo le llama. Cuando sea grande, quiere jugar en el Comunicaciones (equipo más popular en Guatemala).
“¿Y qué te dice tu mamá cuando vienes al colegio?” le pregunto a Víctor, de 14 años. “Nada. Yo vengo solo, pero a mí me gusta. Me gustan las matemáticas, pero me cuesta el Español” responde. Tiene tres hermanos más chicos que él, y uno lo acompaña a las clases. Aunque disfruta trabajar, no le agrada quedar con las manos manchadas al final del día.
Víctor empezó a los 11 años. Él no recuerda bien su fecha de cumpleaños. Probablemente sus papás tampoco. Tanto sus maestros como los voluntarios, trabajan para recopilar los nombres de sus papás y dar con esa fecha de nacimiento, para celebrarlo.
“No hemos tenido padres de familia que vengan a inscribir a sus hijos. Ellos vienen solos. Lamentablemente, a los padres no les interesa que ellos estudien, porque lo ven como pérdida de tiempo y de ingresos” añade Lemus.
El premio de volver cada sábado
Pero entonces, si estos niños no reciben apoyo en sus casas, si su carga actual es muy pesada como para pensar en un futuro, y su necesidad de primera mano es tener qué comer, ¿con qué motivación estudian? ¿Qué razones les dan los maestros para regresar cada sábado?
“Antes que el estudio y la comida, primero se les da cariño y respeto” contesta Mayra Hernández, una de las maestras encargadas, y continúa: “una frase que les decimos después de la oración es: Todo lo que se inicia, se tiene que terminar”.
El hambre tampoco es un aliado en el estudio. Por eso se les da su desayuno y refacción a las 9:30 a.m. del sábado. “También deben entregar su caja vieja, con su cepillo y lustre, y les damos una nueva, eso los motiva” agrega Mario Samperio, quien trabaja con la Fundación.
“Tratamos de hacerles ver el beneficio de la educación, no solo para el futuro, si no en su trabajo diario. Algunos solo pueden sumar con sus dedos, no pueden escribir, entonces los maestros les han ayudado a hacer sus cuentas para que no sean engañados por algunos clientes que lo intentan” complementa Lemus.
Además de las 4 materias principales, se les enseñan valores como la oración, se hace ejercicio físico y proyectos de manualidades. También se está formando un coro. “Esta oportunidad me ha enseñado que ellos no solo son estudiantes, sino seres humanos a quienes podemos ayudar a crecer en toda forma, no solo en el conocimiento” reflexiona la maestra.
Para el director –quien podría estar en su casa por ser su día libre– esta es una forma de cambiar el país, más allá de quejarse. “No podemos perder la oportunidad de ayudar. Hasta donde nos den las fuerzas, seguiremos apoyándolos” comparte.
Es el único camino para que Víctor y Moisés salgan un día de las calles y “den brillo” a sus propios sueños. La Fundación Miguel Torrebiarte, el Liceo San Francisco de Borja, y muchos voluntarios que llegan los sábados con refrigerio, son sus cómplices.
De este asombroso grupo, a los que perseveran, les está reservado un mañana más allá de las empolvadas y grises calles de la Zona 4.
Sobre el programa
La Fundación Miguel Torrebiarte está enfocada principalmente en la salud y en la educación y es parte de la empresa Calzado Coban. Para ellos, “los lustradores son quienes dan brillo a nuestra marca, razón por la cual, quisimos retribuirle el cuidado que ellos nos prestan” contesta Marleny Aquino, Coordinadora del proyecto.
El programa “Lecciones Brillantes” nació con el fin de educar a estos niños. Tiene un cupo para 30 estudiantes, las edades van de los 8 a los 30 años, deben ser niños adolescentes o adultos que no hayan terminado su primaria. “Cualquier persona puede salir adelante si persevera, estos niños son perseverante y ejemplo para muchas personas que están metidos en vicios” concluye Aquino.