Periodista: Wendy Arias/

Con una sonrisa y una mirada dulce, sentada en un acogedor sillón frente a una fotografía que ilustra a su gran familia; interrumpida algunas veces por un “Mami, voy a ir a jugar al patio”, “Mami terminé la tarea”, o bien, un “Mami te quiero”, esta mujer de 65 años de edad, relata a la Revista Digital lizethcastro.tv, cómo es cuidar, orientar y educar a sus 46 hijos, con edades entre los cuatro y los 22 años. La gran tarea la realizan doña Melba Jiménez y su esposo Victor Guzmán.

“Es felicidad. Así resumo mi vida, como felicidad. Claro que, como todos los hermanos, algunas veces pelean y otras juegan. Pero la clave está en tener serenidad, en controlar el carácter y en enseñar. Si discuten se les explica y no se hace una tormenta en una taza de agua”, dice doña Melba. Ella y don Victor llevan la batuta del Hogar Casa de Pan, lugar que desde hace 40 años acoge a estos niños que por diferentes circunstancias de la vida, un día, se quedaron sin un techo, pero que hoy, son parte de una gran familia.

¿Cómo empezó esta aventura de amor? Jamás se le podrá olvidar a doña Melba: “Una de mis hijas biológicas tuvo un tumor cerebral. Como mi esposo y yo pasábamos tanto tiempo en el hospital, conocimos a un niño que padecía cáncer de páncreas, abandonado por sus padres. Un día, el doctor me dijo que el pequeño iba a morir, que ya no tenía cura. Me preguntó si lo cuidaría sus últimos días en mi casa. Lo hablé con mi esposo y con mi otro hijo biológico; aceptaron y lo adoptamos. Yo le pedía a Dios que sanara a mi hija y a mi nuevo hijo, y así lo hizo. Contra todos los pronósticos médicos, los dos se sanaron. Como agradecimiento quise devolver un poquito del amor que Dios me había demostrado dando amor a los niños que lo necesitaran”.

Casa de Pan ha visto crecer y realizarse a gran número de niños y jóvenes. Dio inicio en Cartago, pero debido a la falta de espacio y gracias a una donación fue trasladada a Tibás. Un lugar que parece sacado de la página de un libro de cuentos: una casa espaciosa y acogedora, rodeada por un jardín verde con rosas, donde es común ver un conejo saltar o a un perro correr, pero sobre todo, es común toparse con una sonrisa y una brillante mirada en cada rincón.

Don Víctor y doña Melba reciben la patria potestad de cada integrante, tras un debido proceso; los menores no se van a los 18 años, sino cuando concluyan sus estudios universitarios, trabajen, se casen o decidan independizarse.

“No somos un alberque, somos una gran familia. Mis niños corrigen a las personas que a veces les dicen: “¿Este es el albergue?”; les responden: “no, esta es nuestra casa, donde vivimos con papi, mami y nuestros hermanos”. Porque somos una familia como todas, solo que muy numerosa”.

Actualmente, tres niños van al kínder, 23 a la escuela, cuatro a centros educativos de enseñanza especial, 13 jóvenes asisten al colegio, y tres más a la universidad, y gracias a sus buenas calificaciones cuentan con una beca.

El día empieza a las 4:45 de la mañana y la hora de acostarse depende de la edad de los “hijos”. “Una parte muy bonita es cuando llegan las buenas noches, hay una que me dice: “mami que sueñes con los angelitos, me hace una gracia, me imagino soñando con los angelitos -Asegura entre risas-. Lo más lindo, es ver cambiar el gesto triste o enojado de muchas caritas, por gestos felices. Todos me llenan de orgullo, son buenos estudiantes; tengo deportistas, un coro infantil, de todo”.

Estos esposos, son los pilares de Casa de Pan y no cuentan con personal fijo que les brinde colaboración, pero sí con voluntarios que se acercan a dar una mano amiga.

“Casa de Pan ha sido para mí una prueba del amor de Dios y de la gente que se acerca, por ejemplo, forramos 250 cuadernos, gracias a amigos o familiares que vienen a colaborar. Cuando inicié tenía 24 años y estaré hasta que se me permita, porque aquí, en mi casita con mis hijos y mi esposo, es donde cada día soy testigo del amor”, concluye doña Melba con una sonrisa que le sale del alma.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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