Periodista: Wendy Arias
Conoce cada rincón del país, visita constantemente desde las playas guanacastecas hasta las limonenses, también los distintos poblados de cada provincia. Pero no anda de vacaciones, sino tocando de puerta en puerta o diciendo en tono fuerte “hamacas y alfombras, vendo hamacas y alfombras”. Él es don Rodolfo Monge de 65 años de edad, quien lleva la artesanía corriendo por sus venas, confecciona sus productos y los ofrece al mejor estilo del vendedor tradicional. Y nos dice: “Yo me dedico a este trabajo desde que estaba chiquillo chiquillo, mi papá me enseñó todo lo que sé, él también era vendedor sin local”.
Y es que escuchar los domingos por la mañana al vendedor que ofrece escobas, huevos o alfombras es algo poco común para los más jóvenes. Sin embargo, para la generaciones más adulas es revivir un pasado donde era normal escuchar al vendedor que prueba suerte, al vender de casa en casa.
“Antes la gente compraba mucho, pero ahora hay productos que ya pasaron de moda y además el uso de tarjetas restringe mucho. Al cliente ya no le gusta andar efectivo, prefiere pagar con datáfono y esas cosas uno no utiliza”, comenta.
Sus hamacas hechas de hilos de colores y sus alfombras fabricadas de tiras de tela son los productos que aún lo mantiene activo. Años atrás también vendía alforjas y bolsas para ir al mercado, sin embargo, esta oferta se ha limitado. “Uno hace producto con alma y corazón para luego venderlas, pero eso se ha quedado con los más viejos, los jóvenes prefieren otras cosas. Es una lástima que se vaya perdiendo”.
Don Rodolfo tarda hasta dos días en confeccionar una hamaca que vende en unos veinte mil colones y unas cinco horas en dar forma a una alfombra que fija en unos cuatro mil colones. Una vez por semana, sale de madrugada desde su casa ubicada en Higuito del Guarco de Cartago, para visitar un poblado de Alajuela, San José o Heredia. Mientras que en verano, prueba suerte en las distintas playas.
“Hay de todo, uno se topa desde gente que lo ignora y que lo hecha de sus casas, hasta personas que lo invitan a un vasito con agua o un café y un pedacito de pan. Ya no es tan bueno como antes, pero siempre es gratificante conocer lugares y clientes diferentes. Yo puedo decir que con mi trabajo he sido feliz” afirma mientras mira detenidamente una de sus lindas alfombras.
La paciencia para elaborar cada alfombra y cada hamaca, junto con la persistencia de llamar de puerta puerta, son las claves para mantenerse en un oficio que se vuelve cada vez mas difícil de cumplir. Sin embargo, don Rodolfo, se aferra en recordar en cada: “upé, señora, llevo hamacas…”, al costarricense que no se da por vencido y que busca la manera ganarse la vida honradamente.