Periodista: Wendy Arias

Cada día al ser las 6:30 de la mañana, cuando el sol apenas empieza a calentar y el tráfico a aumentar, don Jorge Oure, se instala en el corazón de la capital con su barrita de betún, cepillo, lana y cajita de utensilios para limpiar y dar brillo a los zapatos de todos aquellos que gustan lucir bien presentados.

Con las manos manchadas por el negro de la tinta al acabar uno sus trabajos, sentado en el mismo banquito que utiliza para dar su servicio, tomando un vasito de fresco y pendiente por si veía llegar un cliente, don Jorge sacó un ratito para relatar a la revista digital lizethcastro.tv cómo fue empezar a trabajar de bolero o lustrador de zapatos.

“Estudié un poquito de ciencias y letras, pero por cosas de la vida, cuando estaba joven, me hice amigo del licor y resultó no ser el mejor compañero. Cometí un error que me llevo a descontar 18 años en prisión, aprendí  la lección de mi vida. No fue fácil enfrentarse a una sociedad que señala, mi hoja de delincuencia estaba manchada, no conseguía  trabajo y no tenia adónde ir. Un día, sentado aquí en el Parque Central, me quedé viendo a los que limpia zapatos y nació esta vocación de la que me enamoré”.

Don Jorge suma ochos años de trabajar como bolero y aunque asegura que al principio no fue fácil, ahora se siente muy cómodo con sus compañeros de la zona y desea que su oficio perdure en el tiempo.

“Cuando uno de verdad quiere cambiar, Dios lo ayuda. Una buena persona me dio plata para comprar mi primera barrita de betún y demás herramientas, ¡Qué inocencia la mía! –recuerda entre risas- yo pensé que era así no más. Hay que ganarse la confianza de los limpiadores más viejos, ellos vieron competencia y una vez hasta me quebraron una caja en la cabeza. Pero como yo soy más difícil de perder que un gato y bien insistente, seguí viniendo hasta que me acogieron. También tuve un maestro: Eliecer, un hombre que desde niño, hasta el día en que murió se dedicó a limpiar zapatos. Él me ayudó para que me aceptaran y me enseñó un que otro truquillo para dejar satisfecho al cliente”.

Con el paso de los años la demanda es menos y son menos los boleros que se ven en las aceras o bulevares de San José. Sin embargo, es común encontrarse algunos en el Parque Central o alrededores. Todos con una cajita que contiene unos cinco cepillos, agua, betún de varios colores y una colección de trapos de lana. Cobran 1000 colones por cada limpieza que tarda alrededor de 15 minutos, de este modo, no compiten entre si. Este hombre de 56 años asegura que la meta diaria es atender a diez personas y así pagar el cuarto en el que vive, costear su comida y cubrir otros gastos, sin embargo no siempre se cumple.

“Hay días buenos y días malos, pero ahí vamos. Siempre compro los periódicos para que las personas que vienen lean mientras yo hago la limpieza, o mejor aún, yo hablo con ellos. En este trabajo  hay que saber de todo un poquito: fútbol, política y actualidad, pero sobre todo hay que saber escuchar. El cliente conversa sobre sus problemas o alegrías, por eso yo digo que más que ganarme la vida la disfruto compartiendo y guardando los secretos de la gente. Yo quisiera que fuéramos más apoyados, que nos den la oportunidad de seguir laborando y de demostrar que algunos lo hacemos con verdadero compromiso”.

Mientras don Jorge finalizaba su relato con una sonrisa e iniciaba a lustrar los zapatos de otro cliente, varios turistas que caminaban por la zona, se detenían para tomar una fotografía que inmortalizara ese oficio realizado por hombres trabajadores que se aferran día con día a no dejarlo desvanecer.

 

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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