Echar un vistazo al pasado, es recordar a una niña abusada sexualmente desde los cuatro años de edad, una joven madre a los 14, una mujer que prostituyó su cuerpo para comprar drogas y tener un plato de comida para ella y sus hijos.. Esos recuerdos, son cicatrices en el alma que aún generan lágrimas; pero también, son las marcas que le impulsan a seguir adelante, heridas que le recuerdan que un día decidió hacer un alto y cambiar su vida.
Escrito por Wendy Arias, periodista/
El inicio del dolor
“Aún recuerdo cuando un vecino me abusaba, yo como de cuatro años. Cuando al fin nos fuimos de ese lugar, creí en mi inocencia, que no pasaría más, pero la prima con que mi mamá me dejaba para ir a trabajar, también me abusó sexualmente.
Yo no quería regresar de la escuela y hablar me daba miedo. Cuando yo cumplí 13 años mi mamá se casó con un buen hombre que nos llevó lejos de ese lugar. Aún recuerdo cuando me regaló un diario. -hace una pausa para secar las lágrimas- Crecí y me enamoré de un hombre 10 años mayor y quedé embarazada a los 14; me ilusionó y dijo que se casaría conmigo; ya tenía el vestido, pero no se hizo responsable”.
La protagonista de esta historia es Jazmín Colón de 48 años de edad, madre de cuatro adultos trabajadores e independientes y abuela de tres niños. Una mujer que relata su historia en medio de lágrimas, pero también de sonrisas, porque sabe que todo aquello que una vez vivió, hoy la hace ser una guerrera que no se rindió, que supo perdonar y perdonarse a sí misma.
Drogas por compañía
A los 17 años, luego de probar suerte con un salón de belleza que le construyó su padrastro, Jazmín que llevaba heridas en el alma por su niñez y adolescencia, decidió que no quería vivir más en su casa. En medio de un impulso, tomó a su hijo y se fue. Aquella joven no sabía que su decisión la llevaría a conocer el amargo rostro de la prostitución y las drogas.
Prostitución
“Mami me dijo: si no le gustan las reglas se va y me fui. Conocí a una mujer que tenía una casa de citas y empecé a prostituir mi cuerpo con hombres mucho mayores que yo. Me pagaban hasta ¢10 000 por estar con ellos. Al año me fui a Esparza con una amiga, ahí conocí al papá de mis hijos menores y empecé a vivir con él. Resultó ser un agresor y yo me convertiría en lo mismo. Me prostituía sola o mi esposo lo hacía, dormía en las calles o en la cárcel. Ese hombre me dejó cuando tenía cinco meses de embarazo de mi hija menor. Regresé a San José, empecé a consumir marihuana, cocaína y hasta crack, vendí todo lo que tenía, me lo fumé. Me prostituía para comprar droga y pagar quien cuidara a mis hijos”.
El día que quiso cambiar su vida
Sin aviso previo, un día, la puerta de la casa de Jazmín fue tocada. Al abrirla se topó con un representante del PANI, quien le notificó que le iban a quitar sus hijos, pues su casa era visitada por “individuos de dudosa procedencia”.
Cuando aquel hombre se marchó, su corazón palpitaba rápido y la embargaba un sentimiento de miedo. Recuerda que dio siete pasos caminando dentro de la casa y con su hija de ocho meses en brazos, se dejó caer de rodillas para elevar unas palabras a Dios.
“Dios, si existes, sácame de aquí”
“Me sentí más rota que nunca, justo en el piso de la cocina pronuncié: Dios si existes, sácame de esto, haz conmigo lo que quieras, pero salva a mis hijos. Fue entonces cuando una amiga, un ángel en la tierra, le dijo a mami todo lo que estaba pasando. A los dos días de aquella visita, mi mamá y mi padrastro llegaron a mi casa, se llevaron a mis hijos y me internaron en un centro que se llamaba El Ejército de Salvación. Estuve ocho meses y aprendí estilismo. Sabe, no fue fácil, se necesita mucha fuerza de voluntad para dejar las drogas, pero gracias a Dios lo logré y hoy bendigo a aquel señor del PANI”.
Se cayó una y otra vez, pero siempre se levantó
Al salir del centro de rehabilitación, Jazmín ya no tenía casa, dinero o muebles, pero tampoco tenía ganas de consumir y eso, era lo más importante. Se devolvió a Puntarenas pero en el amor seguía tomando malas decisiones. Se casó con un hombre agresor del que luego se divorció.
Mientras seguía adelante con su vida, se dedicaba a cortar cabello teniendo como herramientas: un pupitre, una tijera de librería, un espejo redondo y un pequeño peine negro. Aprendió a hacer empanadas y candelas. Sus hijos la ayudaban a vender.
Un salón de belleza, nueva oportunidad
“De mi esposo me separé en varias ocasiones, pues era agresor y alcohólico, pero volvía. En una ocasión, llegué a vivir en una cochera, luego de rodar aquí para allá, levanté cuatro paredes y empecé a trabajar en un salón de belleza, que se convirtió en uno más bonito ubicado en Puntarenas centro. De repente me vi impartiendo clases a mujeres de escasos recursos en Paquera, Santa Teresa de Cóbono y Jícaral. Era cansado, pero en cada uno de sus rostros veía a una soñadora que necesitaba una segunda oportunidad, como yo la tuve. También pude representar en diferentes causas, instituciones y fundaciones a mujeres agredidas o en riesgo social”.

Salir de las drogas fue otra gran hazaña en su vida
Un nuevo propósito
Jazmín padece una endometriosis que le provoca múltiples sangrados y que no ha podido tratar por no tener seguro social, pero es firme al decir que nada la detiene. Fundó el Instituto Colón, donde además de enseñar estética, regala cambios extremos a mujeres que llevan sustento a sus hogares vendiendo granizados, empanadas o frito en las calles. Aquellas que trabajan de sol a sol, a las que viven en las calles o que son agredidas; a las que un día dijeron si a las drogas y no han podido salir, aquellas que están en riesgos social. Su objetivo de verlas sonreír y mostrarles que todas pueden volver a confiar en sí mismas.
“Mi mayor recompensa es tener hijos de bien”
“Las mujeres debemos saber que tenemos manos y cerebro, que somos fuertes y capaces, pero sobre todo, que debemos ayudarnos una a la otra; cada vez que observo a las muchachas que beco en el Instituto, veo a una soñadora que necesita un voto de confianza, las amo. De mi puedo decir que no me doblego ante nada, sigo adelante con una fe inquebrantable, de rodillas ante Dios, pero de pie ante las adversidades. Aprendí a quererme, a perdonar y a perdonarme; y mi mayor recompensa, es ver que mis hijos son personas de bien, honradas e independientes, ellos son mi orgullo.
La frase “no puedo” no existe para Jazmín. Todas las heridas en el ama cicatrizaron, y aunque al recordarlas corren lágrimas por sus mejillas, también le demuestran que cuando hay fuerza de voluntad, es posible romper las cadenas que atan y no dejan avanzar, para entonces seguir el recorrido permitiéndose sonreír y haciendo sonreír a quien lo necesita.
2 comentarios
Bendito Dios que te brindo esa oportunidad, de hoy en adelante oraré por usted y por todas aquellas personas que requieren de una segunda oportunidad.
Dios todo lo hace perfecto… es un Dios de propósitos… aleluya