Periodista: Wendy Arias

Cumplía los 58 años, no tenía trabajo y tampoco un techo, tocó la puerta para pedir ayuda a sus hijos y hermanos, pero estos la cerraron. Estaba sola en medio de la nada.

Ella es Silvanna Poveda, quien durante dos años y medio, encontró en el Centro de Dormitorio y Atención Primaria para Habitantes de la Calle  y en todos los que ahí cobijan sus noches, su calor de hogar.

Cuando terminó la escuela empezó a trabajar, primero como miscelánea y luego como cortadora de telas en una empresa costurera. Se casó a los 17 años y tuvo tres hijos. Todo parecía ir bien, pero su matrimonio se convirtió en una pesadilla.

“Empecé a ser agredida, mi exesposo no me permitía trabajar, me golpeaba y gritaba. Viví así por 20 años, con él mis hijos tenían comida y techo seguro. Días después de recibir una golpiza en la que me quebró la nariz,  me decidí a irme con mis hijos. Empecé a trabajar otra vez como cortadora de telas y alquilaba una casita humilde, no vivía con las mismas comodidades que cuando estaba casada, pero estaba tranquila. Sin embargo, mis hijos no me perdonaron que el nivel de vida bajara”.

Con sus hijos adultos, cada uno con sus parejas e independizados, Silvanna decidió salir de trabajar e irse a vivir a Turrialba para cuidar a su mamá que padecía Alzhéimer. Un hermano le dijo que ayudaría con los gastos. Así pasaron siete años, cuando su madre murió, regresó a San José en busca de su familia y trabajo.

“No tenía una casa, pedí a mis hermanos y a mis hijos un lugar para dormir mientras encontraba trabajo y me acomodaba, pero me dijeron que no, que no había espacio. Yo sentí que el mundo se me venía encima: ¿Dónde iba a dormir?, ¿Qué iba a comer?. Llovía muchísimo y me sentía asustada, pero Dios nunca me dejó sola”.

Silvanna caminó por horas sin rumbo, sin saber que hacer, hasta que alguien le comentó sobre la existencia de un dormitorio para indigentes, donde podía pasar la noche.

“Llegué toda mojada, sucia y con hambre. Hice una fila como de 200 metros. Cuando entré me dieron un jabón, un shamphoo y un paño, yo me sentí tan feliz. Cuando me bañé agradecí a Dios por el agua”. Recuerda entre lágrimas.

Fue así como Silvanna encontró un refugio que le acogió cada noche durante dos años y medio.  En el día trabajaba como cocinera para Obras del Espíritu Santo o bien se dedicaba a mantener limpio el dormitorio que le vio llegar, de este modo costeaba su plato de comida y por las noches, descansaba al lado de todos aquellos que no tienen un techo.

“Lo más difícil fue aceptar que nadie llamaba para ver si había comido antes de irme a dormir, si tenía frío o si necesitaba un abrazo. Por otro lado, me reconfortaba la gratitud de los que llegan al dormitorio, algunos más sonrientes que otros, pero todos compartiendo un espacio para dormir. Aprendí que nadie está en la calle porque quiere, sino porque padece una adicción, no tiene a donde ir, porque su familia le dio la espalda o simplemente porque no sabe como ayudarse. La gente nos ve como lo peor de la sociedad, como adictos, ladrones, enfermos, generalizando sin entender que es alguien con un problema. A veces el que menos tiene es el que más da”.

 Hoy con 63 años, Silvana trabaja cuidando a adultas mayores que padecen la misma enfermedad que sufrió su mamá, alzhéimer. Asegura que no guarda rencor a quienes una vez le cerraron las puertas y disfruta de sus nietos. Vive en un casa que alquila en Coronado y no se olvida de ayudar a todos aquellos que se convirtieron en su numerosa familia, las personas de las calles.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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