Periodista: Wendy Arias
El teléfono timbra, una persona que ha pasado largas noches de lluvia con el único calor que ofrece un pedazo de cartón, está buscando a alguien que le tienda una mano. Al otro lado del teléfono, está Henrry Arguello, quién le dirá que lo espera en un lugar seguro, donde lo recibirá con una sonrisa de confianza para asegurarle que se puede escapar de la soledad y el frio de las calles.
Henrry, trabaja como uno de los administradores del Hogar Salvando el Alcohólico de Escazú; sin embargo, dos años y medio atrás, fue precisamente él, quien hizo sonar el teléfono en busca de una oportunidad.
“Viví doce años en las calles, la enfermedad de la adicción me llevo ahí. Son frías y solas, va bien cuando hay tirado un sobro de comida para saciar el hambre. Se vive angustia por un cartón; se pelea, hay golpes y patadas por tener uno. Todo para que algunas veces cuando pasa el camión de la basura o la policía nos lo quite, dejándonos expuestos a la una o dos de la mañana. La gente nos etiqueta y nos ve de mala manera, uno se siente vació y rechazado”.
Siendo un adolecente de 13 años, Henry no se encontraba en pupitre recibiendo clases de matemática o español como se cree lo haría cualquier joven. Él se encontraba cayendo en una trampa de la cual le costo años escapar. Fue seducido por la marihuana y el alcohol, para la mayoría de edad, no era un recién graduado del colegio, sino un experto en el consumo crack.
“Uno piensa que puede controlar el consumo, pero no. La dicción es una enfermedad difícil de tratar. Yo cada vez necesitaba más y entonces recurrí a tomar sin permiso cosas de la casa para vender y adquirir drogas. Me aleje de mi familia y sin darme cuenta, convertí la calle en mi hogar. Muchas veces fui a centros de rehabilitación, pero siempre llegaba la recaída. Puedo decir que las drogas me ganaron muchas batallas, pero gracias a Dios, no me ganaron la guerra”.
Fue el 13 de diciembre del año 2013, cuando este vecino de Escazú, decidió intentar una vez más, abandonar las calles y las drogas. Esta Fecha marcó un antes y un después en su vida.
“Yo ya había perdido la esperanza, incluso llegué a pensar que iba a morir en la calle. Un día decidí pedir otra oportunidad en el Centro de Dormitorio y Atención Primaria para Habitantes de la Calle, que ofrece la Municipalidad de San José. Asistí varias noches y vieron mi compromiso, entonces me refirieron al Hogar Salvando el Alcohólico de Escazú. Llegue sin nada y asustado, me recibió Miguel. Aún recuerdo cuando me dijo: pase adelante con una sonrisa. Me dio un cepillo de dientes, un pantalón y una camisa limpia. Ahí empecé a sentirme persona de nuevo”.
Los noches bajo un puente o una acera cobijadas por un cartón o simplemente por el frio que ofrece la intemperie, quedaron atrás. Henrry empezó su proceso de rehabilitación, comenzó a estudiar y ahora tiene un técnico en informática, otro en manipulación de alimentos y está listo para sacar su bachillerato en secundaria.
Este hombre de 41 años, cuenta con una sonrisa contagiosa, cuanto valora un plato con comida, un colchón para descansar, el calor de una cobija o un techo que lo protege de la lluvia; pero sobre todo, su trabajo.
“No hay palabras para describir como me siento, es un milagro de Dios. Tengo a mi familia, una casa a donde llegar, mi carro, mis cosas. Un trabajo que permite ser la mano amiga. Yo me siento feliz cuando entra una llamada del Dormitorio para decirme que viene alguien en busca de rehabilitación, siempre los espero con la misma sonrisa con la que me recibieron a mí. Todos merecemos una segunda oportunidad, un voto de confianza, porque lo mejor de verme al espejo es saber que esto no es un sueño, es real”.