Periodista: Wendy Arias

 “Desde niños necesitamos atención, sin embargo es erróneo pensar que solo los jóvenes están propensos a caer en las calles. Basta una mala decisión para que en un abrir y cerrar de ojos nos quedemos sin nada y sin nadie”

Así lo afirma Juan Carlos Brenes, quien nos cuenta cómo a los 38 años perdió a su familia, su casa y su trabajo, todo por un problema que arrastraba desde niño y que nunca antes se trató; la falta de atención y amor.

A los nueve años no jugaba con carritos, consumía marihuana; siendo un adolecente se sumaron el crack, licor, zinc y pastillas. Sin embargo, ocultó su problema de adicción como quien esconde una bomba a punto de estallar.  Juan Carlos trabajaba en un taller de hojalatería, a los 23 años se casó, mantuvo su matrimonio durante 14 años y tuvo tres hijos. Para quienes veían desde afuera todo parecía fluir, pero las drogas seguían ganando terreno en la vida de este hombre, hasta que un día aquella bomba explotó y ya no hubo control.

“La adicción me consumió y me cegó al punto de perder mi familia y mi trabajo. Me deprimí y me refugié aún más en las drogas y vendí todas mis pertenecías para poder comprarlas, hasta que me quedé sin nada. La calle era mi única opción”.

En la calle conoció el rechazo social. Inolvidable para él el hecho de que fue el “conejillo de indias” para que ocho oficiales averiguaran cómo funcionaba su chuzo eléctrico,  sin haber hecho nadanada para merecer aquel castigo.  Se vio cara a cara con la indiferencia de su familia y conocidos. Sin embargo, también fue testigo de que ahí, en las calles, hay gratitud. Personas que comparten el bollo de pan añejo que encontraron en la esquina, con ese amigo que también tiene hambre y frio.

“Uno pasa días sin hacerse la barba, sin bañarse, comiendo gracias a organizaciones que llevan un plato de comida de vez en cuando;  hay peleas, hay malos tratos. El autoestima se va al suelo, la gente nos dice que damos asco. Pero hay algo que debo decir: también se conocen amigos en la calle, gente que tiene un corazón lleno de bondad, mientras que la familia solo ve a un adicto que no se quiere ayudar”.

Transcurrieron dos años, sumergido en drogas y acompañado por el frio y la soledad, hasta que hubo alguien que tendió una mano.

“Una pastora que nos llevaba comida empezó a darme ánimo, me trataba como persona y fui recuperando la confianza en mí. Llegué al Dormitorio para personas de la calle que ofrece la municipalidad de San José e inicié a seguir las reglas que establecen para el ingreso. Ahí encontré gente que creía en mí y que me aseguraba que podía salir adelante”.

Se sumaron otro par de años, en estos hubo recaídas, falta de esperanza y desaliento. Pero la determinación y ganas de surgir siempre fueron más fuertes. Juan Carlos salió de las calles, para reencontrarse con sí mismo.

“Un día sin trabajo ni nada, le dije al director del dormitorio que ya no iba a volver, él siempre me decía que no se necesitaba dinero para salir adelante, sino voluntad. Le tomé la palabra. Me fui a sentar a un parque y pensaba en qué iba a hacer. Un amigo que había salido de las calles me invitó a vivir con él, empecé a hacer algunos trabajos de hojalatería, gracias a Dios controlé mi enfermedad de adicción y empecé un nuevo camino”.

El recorrido de perseverancia que emprendió Juan Carlos dio frutos. El director que lo vio emprender el vuelo, le llamó para que trabajara con él como supervisor de ingresos del dormitorio municipal para personas de la calle, el mismo que hace un tiempo le vio llegar.

“Tengo más de dos años trabajando aquí y no hay nada más gratificante que hablar con las personas que están pasando lo que yo pasé, inspirarles confianza, porque cuando uno esta en esa situación lo único que necesita es que alguien le diga: confío en que puede lograrlo”.

Juan Carlos de 43 años recuperó a aquel niño que se perdió a los nueve años. Lleva una buena relación con sus hijos, vive bajo el calor que ofrece un apartamento que costea gracias al trabajo que realiza día día en el Dormitorio que cada noche cobija a unas 102 personas que no tienen un hogar.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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