La serpiente se asustó y mordió al hombre. “Disculpá, me asusté”, le dijo y al hombre le amputaron la pierna. La vecina corría y chocó contra la otra mujer que llevaba en sus manos un kilo de huevos. “Disculpas” le dijo, y los huevos cayeron al suelo y se quebraron. La pantera le dijo al alce que lo iba a devorar pero antes le dijo “Disculpá, es que tengo hambre” y lo devoró.
Las disculpas, tus disculpas, esas que son parte de un protocolo fraudulento, esas que van después de haber herido, humillado, maltratado, esas son letras colocadas dentro de un molde vacío que tiene buena apariencia pero que no trasciende ni considera consecuencias.
Por eso, ya no quiero tus disculpas porque ellas no nacen del corazón sino de la conveniencia; porque ellas no significan un cambio, una mejora, un darte cuenta. Ellas son la cortesía del que no pretende dejar de ser descortés; ellas son la muletilla del que no cambia el discurso; ellas son parte del show para minimizar lo sucedido y creer que nada ha pasado aunque todo ha pasado.
Ya no quiero tus disculpas. Me amputaron la pierna, se quebraron los huevos y aunque estuviste a punto de devorarme estoy más viva que nunca y ya no te quiero.