Nunca nadie me dijo que por ser mujer yo no podría ser periodista. Mi sueño fue rodeado por voces que me decían que yo era la única dueña de hacerlo realidad, de protegerlo y cubrirlo con mi alma. Por eso, en mi gozo indescriptible no me cuestioné jamás, cuando ya trabajaba, si yo ganaba más o menos que algún compañero hombre. No se me ocurría revisarles sus órdenes patronales, no me interesaba. Casi estoy segura que ganábamos igual ellos y nosotras en la sala de redacción. Igual a nosotras nos mandaban a cubrir inundaciones, política, sucesos, entretenimiento, reportajes especiales… La verdad, nunca me sentí discriminada por ser mujer. Esto no significa que no existan mujeres que sí lo sean o lo sientan.
Pero ¿dónde está la clave de que yo no haya sido presa de ese estúpido argumento “Si sos mujer, entraste perdiendo”? Me voy a mi cordón umbilical. Mi madre es una mujer gigante. Jamás un “no puedo” en sus labios. Hace poco, a sus 80, la encontramos con un pañuelo en la cabeza y subida en la escalera pintando parte de la pared arriba. Este mujerón nos dice desde aquella grada “Es que le faltó al pintor pasar por aquí”. La ayudamos a bajar con el corazón en la mano nosotros y ella riéndose de nuestra cara de susto. Al bajarse nos ofreció café. Así es ella. Tsunami imparable de energía. Potencia de mil caballos en su alma. Corazón latiendo como el primer día.
Mi madre nos enseñó a subirnos en las escaleras de la vida y a desafiar el susto. Entendí gracias a ella que más me pesará quedarme en el suelo y no subirme, que hacerlo. Que más lamentaré quedarme abajo añorando llegar arriba, que correr el riesgo de subir a la última grada. Que la vida se me pasará si no nace en mí el impulso de vivir plenamente. Que si yo no vivo mi vida, ¿quién la vivirá? Entiendo que aquél espermatozoide encontró al óvulo maravillosamente puesto para ser fecundado y esa coincidencia mágica tiene un propósito.
Mujer de palabras fuertes, sin adornos, directa sosteniendo la mirada. Mujer de tomar un café conversado, poner pausa al girar del planeta con tal de poner atención a un relato trivial pero para ella es “el relato de mi hija mientras tomamos café”. Nada importa más para ella.
Mi madre es el mujerón que me estremece cuando quiero tirar la toalla. La que me hace cuestionarme si Dios no será madre y padre a la vez, más lo primero que lo segundo. De sus manos salieron peluches, tejidos, manualidades, bordados, y era dueña de su vida y compañera perfecta del hombre que amaba y sigue amando. Mami la que pone a disposición las manos, el hombro, el cerebro, los pies, el cuerpo entero y ni qué decir del alma, por los que ama.
El mujerón. Vos. Vos gigante como siempre en mi corazón pequeño. Te veo con ojos de chiquilla y te abrazo con la misma devoción de un bebé. Gracias por tu vida, mujer maravillosa. Te amo.