No puede ser. Esto no es cierto. Tenía 12 años. Tenía que estar jugando, a punto de graduarse, tarareando su canción preferida, pensando en el próximo video juego o en la comida preferida que su mamá le hace.

No puede ser. No tenían que tocarlo, no tenían que atreverse a tocarlo, mucho menos a decapitarlo.

Un niño es sagrado. Su dignidad es intocable.

La noticia dice que esto ocurrió en Siria a manos de los rebeldes. Que alguien les dijo que el niño era militante.  Lo tomaron, lo grabaron y en Facebook publicaron su decapitación.

Horror de horrores.  El infierno está aquí y sus llamas apagan incluso la ilusión más intacta, más esencial y primitiva, más sagrada: la de un niño.

Otros dicen que era un refugiado palestino que no tiene que ver con el conflicto.  Pero el mundo entero debe decir, que creyera en lo que creyera era un niño,  una mente digna de soñar en grande y no una carnada.

Horror.  Tristeza profunda. Incredulidad. Eso siente uno cuando a un niño lo tocan y le roban los sueños que anida en su mente y le apagan la vida.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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