Muerta de miedo, inundada de culpa, avergonzada, esta madre decidió empastillarse durante un año para no enfrentar la dura realidad del suicidio de su hijo.

Pasado ese año, la mujer decidió levantarse de su cama. Dice que Dios le dio la mano para hacerlo y puso sus pies descalzos en el suelo. En ese momento el vaso de agua y la pastilla del día tuvieron que esperar. Había algo más urgente por hacer:  vivir. 

Esta es la historia real de una mujer que conozco y me abre la puerta de su casa, sonriendo. Me habla de la tragedia pero también de su resurrección.  Le perdió el miedo a enfrentarse al dolor. Sabía que algo en ella había cambiado para siempre, como si le hubieran amputado una parte del corazón, pero decidió buscar ayuda para no estancarse y sentirse muerta en vida.

Dejó de culparse, analizó lo sucedido, estudió y encontró un propósito para su vida: empezó a viajar por el país dando charlas para evitarle a otras familias ese dolor.  Y lo ha logrado.

Doña Julia me recuerda que del lodo del dolor pueden nacer flores bellas y extrañas. Me recuerda que la angustia puede matar o transformar. Me hace levantarme, poner los pies en el suelo y considerar posible el imposible de aspirar a ser feliz, a pesar de la tragedia.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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