Es peligroso decirlo pero es que se me nota en la sonrisa: soy millonaria. La voz de mi hija menor diciéndome que me ama; la voz de la mayor planeando sueños; mi madre, con 84 años en el teléfono preguntándome si todo está bien; mi papá, con sus 87 contándome que se siente de maravilla. Mis hermanos, mis sobrinos…
Soy millonaria, no necesito respirar con ayuda más que de la propia Vida, con la que amanecí para estrenar un día nuevo, de paquete, con la gran oportunidad de decidir ser feliz.
Soy millonaria, que nadie se resienta. El perdón me ha hecho liviano el saco de deudas emocionales, los abrazos de mis amigos suman a la cuenta de mi alma y la gente que amo me hace invertir latidos en quienes me hacen el honor de amarme también.
Soy millonaria, con mis propias manos he pasado las páginas de varios calendarios y he visto muchas lunas llenas iluminar un techo digno donde vivo. Sigo agradecida con Dios por lo que me da y por lo que me ha quitado aún cuando no lo entienda.
Soy millonaria, y lo mejor es que nadie me puede robar esto que vale tanto: la decisión de ser feliz, de levantarme cuando me he caído, de luchar por lo mío, de alzar los brazos y dar gracias al cielo.
Soy millonaria. Nadie me arrebata mi riqueza porque ella no está en lo que tengo sino en lo que soy, en lo que llevo por dentro y ahí sólo Dios y yo tenemos el poder de entrar.