He vivido en casas pequeñas y en alguna grande, al menos grande para mí.

He dormido con un techo lleno de goteras y con otro cinco estrellas porque alguien construyó un hotel asi.

He tenido arroz y frijoles en el plato sin agregar nada más y he probado la langosta y el caviar fuera de mi país.

He tenido que cuidar las monedas para poder subirme al bus y pagar, y he tenido tres o cuatro días con un chofer que nos paseaba para que no nos estresáramos en un evento al que asistí.

Pero todo eso ha ido pasando, porque lo que se tiene hoy puede ser que mañana ya no.

Lo que no pasa, lo que se queda es a mami cantándome una canción mientras íbamos en el bus.

No pasa mi papá escuchándome decir la narración con la que participaba en los concursos de oratoria y yo ya me sentía ganadora con su aplauso en casa.

Se queda impreso en mi alma cuando abracé a mi hija mayor por primera vez, llenas de susto las dos, ambas con ganas de abrazarnos mucho porque ambas nos dimos a luz en el mismo momento, estrenándonos en la vida ella como hija y yo como madre.

No pasa, jamás pasará celebrar mi cumpleaños 4O con el nacimiento de mi hija menor, inundada con su brillo único en un show espectacular que Dios nos hizo vivir como protagonistas de ese milagro majestuoso llamado vida.

No pasa mis hermanos y yo jugando en el patio en las hamacas rojas que no sé cómo llegaron a nuestra humilde casita pero cómo nos reíamos y cantábamos y éramos absolutamente felices.

Soy mirando al hombre que amo con su mirada llena de amor para mí.

Es lo que somos, lo que se queda.

Es el momento que se vive.

Es lo que soy, no lo que tengo.

Es eso lo que vale.

Lo demás viene y va.

Es lo que no tiene precio, lo que más vale.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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