Por: Lizeth Castro /

En la casa donde vivo, hay hermanos asfixiados. Hay horror. “Les tiraron gases químicos”, dicen, pero yo sé lo que les tiraron: odio. Los niños jugaban pero en un segundo un químico les tapó la nariz. Hay gente que no los quiere vivos. Los adultos que estaban cerca trabajaban, pero en ese mismo segundo sintieron que la ropa les quemaba y como cuando a un pez lo sacan del agua, boqueaban buscando respirar algo que no fuera tan infernal. Algunos no lo lograron.   Ví quienes agarraron mangueras para que el agua aplacara el ardor en la piel pero ojalá el horror se apagara así. Otros apurados subían a la ambulancia a los niños, muñecos de trapo con ojos fijos y el alma incendiada de terror.

Las noticias dan cuenta de que en la casa donde vivo, en este planeta con hectáreas sembradas de desesperanza, se está cosechando desesperación por toneladas. Quisiera que en mi parcela hubiera todo lo que ocupan los hermanos sirios: deseos de paz, dignidad sin amenazas, esperanza y el derecho más básico a respirar. Lo único que puedo hacer es pedirle a Dios que su Misericordia llene de consuelo a las almas que son víctima del odio, de ese que no debiera ganar aunque a veces pareciera que sí lo hace.

El ataque con gases químicos en Siria se llama odio

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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