Por: Lizeth Castro
Quisiera poder envasar la felicidad y dársela en dosis diarias a mis hijas.
Tener agarrado del cuello al miedo para que nunca me las paralice.
Amenazar de muerte a la culpa para que no carguen con pesos innecesarios.
Hacer trizas la sola intención de quienes se quisieran burlar de sus sueños.
Ponerle llave a las gavetas que ellas pudieran estar tentadas a abrir para archivar un proyecto con el primer “No” que les digan.
Quisiera aceitarles las alas, abonar aún más sus raíces, fortalecer su voluntad para que se sacudan el cansancio y dar la milla extra cuando todo va cuesta arriba.
Quiero que sepan respirar profundo para que no pasen demasiado tiempo lamentándose de aquello que en efecto las hará lamentarse pero que sólo servirá para aprender. Tras respirar sabrán que están vivas, decidan bien o se equivoquen, están vivas, funcione o no lo que hacen, están vivas, acompañadas o solas, están vivas. Estar vivas será suficiente razón para seguir agradecidas y encontrar el propósito para el que maravillosamente Dios las puso en mi vientre con todo el cuidado y la perfección.
Quisiera poder envasar la felicidad para ellas, pero no puedo. Lo único que puedo es amarlas por encima de mis propias expectativas, por debajo de mis sueños de mamá, sintiéndome agradecida cada segundo. Quisiera amarlas infinitamente. Que alegría que eso sí puedo hacerlo.