A veces creo que Dios quiere que lo asalte. Le quiero robar una pizca de paz y El nada más se deja que yo lo vea “indefenso” en este amanecer, que respire y tome lo que quiera.
Le quiero robar una pizca de su creatividad y El nada más me dice que la llevo en la sangre, que la tome y que aplique la dosis que yo desee.
Le quiero pellizcar un poco de su infinita alegría para pintar colores y El me dice que esos tan sólo son ejemplos de lo que hace el gozo y que yo puedo hacer lo mismo con lo que quiera.
Le quiero robar algunas palabras que sean poderosas y El me recuerda, sin egoísmos, que en la carretera de mi mente viajan muchas de ellas y nada más tengo que capturarlas para llevarlas al corazón, subirlas al tobogán de la boca y bajarlas a los demás.
A veces quiero tener el Amor que El me tiene; eso es más difícil y ambicioso. Tengo que morir a mi ceguera para empezar a ver y eso me da miedo; ahí vamos lento pero igual se sienta conmigo, me tiene paciencia y me lee ese libro cuyas páginas están pegadas en las hojas, en las flores, en el viento, en el río, en la montaña, en el cielo, en la llovizna. Hoy me conformo con ser una alumna oyente, de esas que se tropiezan en tantas preguntas y que viven inquietas, de esas que han tenido que aprender a escuchar al Maestro pidiéndole perdón por el atrevimiento de querer robarle cosas y dándole las gracias porque al final hay un pacto de amor que me hace su alumna y no su ladrona.