Ellos están jugando a quién gana. Ella con 11 y él con 13. El habla poco español, es un chinito a quien a veces viene a visitarlo su mamá y el otro rato, con su ternura, espera paciente a que las manecillas del reloj sigan su curso, en soledad. Ella, la de 11, siempre tiene alguien de su familia a la par. Y además, tiene una luz especial en su alma y se le acerca a él. No pueden entablar una conversación larga larga pero pueden jugar.
Sofi me cuenta: “Jugamos a quién gana. El que mantenga más la sonrisa, gana. Entonces él hace así (Sofi tensa la boca en curvatura y achina los ojos). Y yo mantengo la sonrisa pero lo dejo ganar y nos reímos mucho”.
Ambos tienen cáncer. Están en el Hospital de Niños. Juegan a quién se sonríe más rato mientras usted y yo nos peleamos con las presas, los semáforos dañados, los huecos en las calles, los pitos sonando neciamente, los precios altos, los peatones mojados cruzando en verde. Las agujas del reloj de Sofi y su amigo, son las de mi reloj pero las de ellos juegan a sonreír y las mías a veces se olvidan de eso. Suena tan sencillo, tan sabio, suena a que tenemos que volver a ser niños para que nada, nada, nada nos quite el placer de estar vivos.