Sospechosamente, de forma directa, la vida me está gritando que el derecho a ser feliz se pelea todos los días.

Peligrosamente, amenazando mi comodidad, la vida a esta edad, me está señalando el camino, me demanda más atención a luchar por lo mío, por lo que me pertenece, lucha que se hace con una armadura que no haga más pesado el camino y es con toda la fe, una fe que no envejezca, que sea fuerte, que suba cuestas, que me empuje y ayude a empujar, una fe con las mejillas rosadas como las de un chiquillo, nueva como si antes nunca hubiera pretendido perderla, feliz, risueña, fuerte.

Intensamente, sin rodeos, la vida me está exigiendo usar la paleta de colores, con riesgos, combinando y por qué no empezando nuevos lienzos, probando y decidiendo.

Y me da miedo. Me da miedo que funcione, que sea más feliz de lo que imagino, que sí sea lo que yo creo, lo que sueño, lo que deseo; me da miedo que la voz interior –tapada en algunas ocasiones por mi misma mano- empiece a cantar tan alto que los demás se den cuenta que soy más feliz de lo que creía podía ser.

En el camino, la vida, esta que me habla ahora como amiga, me abrazará, estoy segura, y no me culpará, entonces ¿por qué no hacer caso al llamado?

Qué miedo ser feliz, pero qué gran error no serlo.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

1 comentario

  1. Sin ninguna duda, los mayores pensamos más y mejor en esa opción que nos queda.
    Qué bueno que tu lo hagas, a pesar de estar tan lejos de la edad madura. Gracias, Lizeth.