Los abusadores van a trabajar, dicen “Buenos días”, tiran la basura en el basurero y bailan en las  fiestas. Este, del que les voy a hablar, además de eso repartía la Comunión en Misa. Por eso, a este religioso cristiano, todos le creían lo que decía, incluida su nieta.  Convencida de que su abuelo era un gran abuelo, esta niña de 3 años le cree cuando le dice que como él la quiere tanto, sólo él tiene derecho de meterle la mano en el calzoncito; la mano grande metida en una parte pequeñita de una niña que no entiende qué pasa, peor aún es imposible que prevea que su abuelo va a seguir haciendo eso durante 13 años más. Entre semana, pasaba eso en la intimidad de un hogar donde amenazaba y manipulaba a su nieta pero los domingos el hombre se daba golpes en el pecho frente a toda la gente.  La niña lleva las de perder, sólo ella ve al lobo donde todos ven una oveja caritativa y ejemplarmente religiosa.

La niña crece y se siente sucia. Hay una mano, una voz y un pene que la asfixian y la hacen temblar de miedo. El silencio acompaña los abusos, las violaciones y la vida de pronto no tiene sentido; cargar con tanta basura pesa cada día más.

Esta historia pudo haber terminado en suicidio de no ser porque cuando esta niña que ya es una joven se sube a un bus para irse a matar, a la par se sienta una desconocida que sin preguntar nada le dice “Muchacha, no haga lo que quiere hacer. Dios quiere decirle que no lo haga. Que El la ama”.  La fuerza de esa frase hace que Pilar no sólo quiera vivir sino que ponga la denuncia contra “ese señor”. “Yo digo ese señor, porque una persona así no merece que yo le diga abuelo. Es más, yo le decía papi, porque era como un papá para mí. ¿Por qué me hacía eso? ¿Por qué tanto daño? ¿Por qué tanto miedo?”.

El abuso a niñas proviene en muchos casos de sus familiares.  La denuncia tuvo eco: tres jueces condenaron a 84 años de cárcel al hombre. Increíblemente, el testimonio de Pilar adivinen a cuál otro se sumó? Al de su propia madre que declaró que ese mismo hombre la abusó y violó a su hermana. El relato es infernal. Al oír la sentencia, el gran abuelo, Ministro de la Eucaristía levanta la mano y los jueces le dicen “¿Tiene alguna pregunta?” y él dice: “Sí, ustedes me dan permiso de ir a Misa?”.  Termino este relato con una última imagen, la que les quiero describir:  es la imagen de una mujer que se despide de mí tras esta entrevista, con un abrazo, una sonrisa y un “Sabe qué Lizeth? ¡Al fin, al fin soy libre, al fin empiezo a vivir”.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

11 comentarios

  1. Nancy Sánchez Mora on

    Demasiado triste, saber que la chiquita pudo haber sido salvada por su madre y la tía si lo hubieran denunciado, o pot lo menos si lo hubieran alejado de ellas lo más posible, pero claramente ellas todavía tenían miedo, todavía estaban dentro del tunel del abuso y del miedo.
    En fin que nos sirva de testimonio.