Mi papá me prestó su fuerza para sostenerme y aprender a caminar.
Me dio sus risas para que yo me riera por el simple hecho de existir.
Me dio su ternura para enseñarme sobre dulzura y bondad con los demás.
Me puso en su regazo y me dio chupón mucho antes de que yo pudiera darle las gracias.
Me acurrucó cuando me daba sueño y así me garantizaba que mi sueño no tendría pesadillas.
Me tomaba la tarea y me repitió una y otra vez pacientemente, hasta que yo entendiera.
Traía orejas de azúcar cuando le pagaban su modesto salario, que le alcanzaba para traernos la sorpresita.
Lloró conmigo un día en el que yo, ya grande, lloraba por una frustración enorme y eso mágicamente me alivió el alma.
Piensa en mí cuando ve una blusa bonita en una ventana y le dice a Mami que me la compren.
Me despide con un beso y un abrazo y con la manita diciéndome adiós cuando me voy a mi casa.
El mío, mi papá, es el premio en el que pensó Dios mucho antes de que yo naciera. El mío, es el mejor papá del mundo entero.
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