Los hijos crecen y uno también; esa es la razón por la que un carro trae un manual pero los hijos no.
Tenerlos da miedo. “¿Qué hacer con un tesoro así en las manos?”, pensé cuando vi a mi hija mayor de apenas 49 centímetros de largo, tan indefensa, acatando sólo a llorar para “decir” lo que sentía, respirando por instinto… La mayor midió eso y la otra –que nació 12 años después- midió 50 centímetros y sentí el mismo temor.
Mis hijas eran semillas de mujeres que yo tenía que cuidar sin que vengan con un manual de cuántos abrazos darles para que crezcan sanas y cuántos te amo son buenos para que no se sequen sus ilusiones. ¿Alguien sabe cuántos “creo en vos” son suficientes para que su autoestima no se golpee contra el espejo? ¿Alguien me dice cuántos “no” pronunciados por mí son buenos para que ellas sepan cuándo decir “sí” en el momento en que tengan que decidir?
Los psicólogos tratan de ayudar pero ellos mismos no se ponen de acuerdo. Unos dicen que seás amiga de tus hijos, otros dicen que no, que sos mamá; algunos abogan por advertir “consecuencias” cuando los hijos “no hacen caso” (ya la palabra castigo no procede) y otros dicen que educar con autoridad no tiene ningún resultado positivo.
Lo cierto es que con un tesoro que ya tiene 18 y con otra que cumple 6, me parece que un manual se desactualizaría justo en el momento en que yo tratara de entenderlo. He preferido juntar las manos, cerrar los ojos y contemplar con gratitud la maravilla y el privilegio que el cielo me deja vivir.
He entendido que hablarles con la verdad, con mi verdad, hace que nos miremos a los ojos y eso vale oro. He comprendido que mi punto de vista les puede parecer absurdo pero aunque crean eso yo puedo expresarlo y ellas me cuentan su punto de vista aunque para mí sea un punto ciego. He celebrado tomarme un café con mi tesoro grande y leerle un cuento al tesoro de 6; ambos momentos pasarán. He llorado abrazando a la mayor porque la despido en un Aeropuerto aunque sea por algunos meses, y he llorado viendo bailar a la menor porque amo su energía llena de sonrisas. He agradecido que ninguna de nosotras es perfecta.
No son carros, mis hijas son almas, almas que amo por encima de todo. Ellas crecen y yo crezco; ellas viven y yo vivo; y la misión de las tres es ser felices y libres y si hay que leer algo he decidido que no sea un manual sino leer en cada cosa, en cada prueba, en cada abrazo, en cada desencuentro de opiniones y hasta en la distancia que el amor todo lo puede.
3 comentarios
Definitivamente ese manual no existe, como hacer comunicacion con un hijo cuando las palabras de un padre las atropeya una sociedad tan confusa, como hacer para que esos hijos nos escuchen lo que para ellos son palabras sin sentido de un padre o madre.
Que ese amor que se siente por ellos no les permite convencerlos de ver la realidad o el futuro oscuro que les espera de esas malas decisiones que estan tomando. Donde cada vez escuchamos en un dicho trillado que solo aprendemos equivoandonos y volviendo a empezar, yo como madre deseo encontrar esa palabra «clave» que abra la capacidad mental de mi hijo adolescente para hacerle entender que uno como adulto no desea que ellos pasen por esas malas experiencias que a través de la vida una ha vivido y no quiere que ellos la vivan porque el final ya una lo intuye final. La única respuesta a esto que he encontrado es decirle una y hasta mil veces algo para que mi mensaje le quede en su cerebro inmaduro y con la fe de que pueda tomar la mejor decisión y hacer de ella la historia de su vida. Orandole mucho a Dios para que ellos puedan escoger lo mejor para sus vidas.
Aunque uno como padre nunca queramos mal para nuestros hijos , como que pase por una situacion difícil o agobiada en su vida , al fin y al cabo como humanos tenemos que aceptar que para formarnos como personas tenemos que pasar por ciertas situaciones para aprender y plantar cabeza.. recordar cada dia que los consejos surgen a base de los herrores cometidos
Gracias. Hermosas palabras