Mami, levantás el teléfono y me decís en la noche que por qué no te he llamado ni hoy ni ayer. “Diay estoy bien Ma! He estado de locos pero ya te estoy llamando. ¿Pasa algo Mami?”, te digo con la voz un poco cansada del trajín. Y como suele suceder, una respuesta tuya me deja muda: “No mi amor, no tengo nada especial que contarte. Yo siempre quiero escucharte, verte, olerte, saber de vos, eso es lo que pasa, necesito saber cómo estás mi amor”. Te escucho y trago fuerte. Ese día justamente era de los días en que uno dice “¿No podría ser de 12 horas este día tan duro de 24? ¡Que se acabe ya!” pero no te quería preocupar y sé que con sólo escucharme medirías que algo no andaba bien. Pero ¿sabés que Ma? Tu pregunta de cómo estoy tiene esta respuesta: Aquí estoy, Mami, de pie. Hoy no ha sido un buen día, no se cumplió lo que pensé, no sucedió lo que esperaba, la vida me dijo “no” a algo que quería, pero Mami, estoy bien. Circula en mi sangre tu fortaleza, heredé de vos la tenacidad para luchar, estoy de pie porque vos me has enseñado que un mal día no define el resto de mi vida. Me enseñaste que no tengo que rendirme porque me tope con un “No”, que debo buscarle el lado amable a la vida, que la misma moneda tiene dos caras, que el mismo mar bravo se llegará a tranquilizar y la misma lluvia que provoca inundaciones es la que hace crecer las flores más bellas y los árboles más gigantes.
Ma, estoy bien sólo que hoy no me tocó pararme en el podio de los ganadores. Hoy soy simplemente tu hija menor, la que también ocupa escucharte para acordarme que el amor incondicional existe, soy la que a veces no te llama pero que sigue pensando en que “Si Mami salió con toda la pobreza, junto a Papi, y nos sacó adelante ¿por qué no voy a salir yo que tengo más posibilidades?”.
Ma, la pura verdad, estoy bien. Tu amor me tiene aquí con el corazón muy vivo, agradecida con la vida y queriendo que el día termine porque mañana de nuevo sale el sol. Mamita, yo también necesito saber de vos. Qué dicha que te tengo.
Te amo Ma.