Un carro es similar a un arma; la mano en el volante es la mano en el gatillo de la pistola. Se detona con un conductor que se queda dormido, que raya en curva, que hace piques en la pista, que toma y confía en que las frías fueron pocas, que manda mensajes con el celular mientras maneja o que hace drogas y se sube al auto-nube donde desarrolla súper poderes. Cualquiera de las anteriores es una mala decisión que se lleva por delante al que va en el carril de su vida sin imaginar que es un asesino el que viene detrás.
Un carro es similar a un arma y así como se tiene la sangre fría para acelerar sin frenar, se debe tener la valentía para detenerse. Huir tras dejar un cuerpo o varios tendidos en la calle es cobardía. El cobarde, el que no da la cara, el que huye, el que se esconde, no merece tener el privilegio de una licencia porque ignora las señales de alto que sus propios valores le debieran dejar ver. Esas señales no vienen en ningún manual, se aprenden desde niños. Hay que saber leer la señal de alto a la indiferencia, a la intolerancia y la prisa, a la irresponsabilidad, a la inconsciencia. Alto al matonismo.
Al manejar un carro, todos los que lo hacemos debemos saber que somos responsables de la nuestra y de la vida de todos los que van delante de nosotros. Si no lo somos, demos la cara, es lo mínimo que la dignidad humana puede hacer.