Ya desde hace mucho, el título universitario dejó de desvelarnos. Queremos un hombre a la par que tenga carrera en aprender a amar. Carrera en amar significa que sabemos que no perdió la virginidad con nosotras, pero que su alma se identifica tanto con la nuestra, que valió la pena que nosotras y ellos ensayáramos antes de encontrarnos para esta maravillosa obra de teatro llamada: “Cómplices de la vida”.
Queremos que en su curriculum venga el oficio de “impulsador de sueños” porque este caballero sabrá que su pareja tiene un camino pleno en el que vale la pena acompañarla. A un hombre así ¿cómo negarle compañía en la ruta que lo lleva a cumplir también sus sueños?
Nos interesa saber si a pesar de que es difícil leernos en modo “Emociones al mil” saben que estas pasarán y necesitamos un espacio para tomar aire y continuar más tranquilas. Igualmente, ellos ocuparán ese conteo del 1 al 100 para calmarse y evitar las trágicas palabras hirientes que al final las mujeres guardamos en la memoria de elefante que tenemos.
Hombres que amamos, ustedes nos respetan. Nos presentan como lo que somos ante cualquiera porque están orgullosos de nosotras: ella es mi esposa; ella es mi novia; les presento a mi hermana. Ella es mi mamá. Sí, ese “ella es mi mamá” nunca se muere en la boca de un verdadero hombre, aunque este haya crecido y se haya hecho doctor en física cuántica. Ella siempre lo superará: enfermera, psicóloga, chef, decoradora de interiores, dentista (¿quién te arrancó los dientes de leche con un hilo, si no fue ella?), experta en imagen (¿quién te peinó así en la Primera Comunión?)…
Hombres que amamos, sigamos juntos que el camino es demasiado árido para no hacerlo. Queremos tomarnos de las manos y afinar las frecuencias de nuestros corazones. Y si no pueden respetarnos, y si no podemos respetarlos, mejor buscar la intersección y cada quien con su decisión de ser feliz y no estorbar.
Gracias hombres. Gracias por ser parte de nuestras vidas.