Un 5 de abril hace 33 años amanecí tremendamente adolorida y la enfermera me llevó al baño a rastras.
El agua tibia me cayó bien, pero me temblaban las piernas de un modo incontrolable y no podía pensar más que en el dolor.
Me agarré fuerte de las barras para no resbalar.
En un temblor y con el pelillo mojado, me pusieron una bata limpia.
A las 8:05 de la mañana me pasaron corriendo a la sala, y el doctor, mientras se ponía la mascarilla, cantaba: “No podrás olvidar jamás, un amor como el mííííííoooooo”.
Entonces le preguntó a la enfermera quién cantaba eso.
La enfermera no sabía. Entonces yo, en medio de mi dolor tremendo le dije a como pude: ¡José Feliciano!
Y en ese punto, una contracción larguísima hizo que Catita, sacara la cabeza de mi vientre y otra, que apenas me dio tiempo de tomar aire y jadear, la trajo a este mundo para iluminar nuestras vidas.
Pocas veces uno pare un rayo de luz. Pocas veces.
Pocas veces (pero millones de veces) las mujeres traemos al mundo un ser maravilloso con llanto de ángel, para rescatarnos y darle un voto a la vida.
Gracias Catita, por nacer; por llenar nuestras vidas de tu encanto; por ser el puerto donde siempre queremos llegar.
¡No podrás olvidar jamás, un amor como el mío!

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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