No conozco a una sola que no lo haga. Empezando por el vientre que me protegió durante 8 meses y que no supo de treguas. Había ya dos bebés más, así que el trabajo seguía y era duro. Atender la casa, ahora le dicen gerencia del hogar, era y sigue siendo uno de los trabajos más duros que conozco. Las manos de mi madre son el motor de una fábrica de amor que a veces, muchísimas veces no pagaba bien: mucho cansancio, poco reconocimiento y nada de salario. Suponen algunos, que esto es “meterle el hombro al hombre”, cuando no: la sociedad funciona porque estas mujeres se muestran enteras en medio de las angustias del día. Para nosotros los hijos, lo que sus manos no crean, no existe. Aparece el arroz, el picadillo de papa, el caldo de frijol, el piso limpio, el botón en el pantalón, la blusa aplanchada, oh magia divina salida de las manos de estas hacedoras de milagros diarios. Llega la noche, ellas ponen la cabeza en la almohada y el progreso también entra en modo descanso. Luego, ellas se levantan y la ilusión por vivir entra en modo activo.
Pero a pesar de todo lo romántico, hay angustia en este trabajo. Claro que da angustia que alcance el dinero, inventar qué cocinar todos los días, tener arreglada la casa y aplanchada la ropa. Así era. Algo de esto ha cambiado, algo apenas. Las manos de mi madre construyeron la riqueza de nuestra casa y las de mi padre fueron claves igualmente en la prosperidad. Pero esta llegó cuando ya éramos grandes. Antes, hubo navidades con un regalo, zapatos cocidos, ropa de cachivaches y nos sentábamos juntos a reírnos de las decenas de goteras en el techo, porque mi madre nos decía que eso era apenas temporal y que un día cada gotera sería una nueva lámina de zinc que haría que nuestros sueños nunca se perdieran en el cielo ancho de lo imposible. Mi madre creó los atrapa sueños. Con palabras los creó. Nos metió en el corazón la fortaleza de los que abrigan con celo lo que aman.
Por eso digo que nadie ha trabajado tanto como ella. Hoy la vida le sonríe porque se sabe poderosa, tiene un hombre que la sigue amando como el primer día y unos hijos que ya se defienden. No conozco una mujer que no trabaje. En mi vida todas lo han hecho. El vientre que me guardó durante 8 meses lo sigue haciendo, a su manera, octogenario, incansable, orgulloso de existir.