Un día me dí cuenta que yo no quiero elegir ”funcionar”. Elijo vivir. O sea, no todos los días me sucederá que las cosas salgan bien; ni todos los días tendré éxito, pero tampoco todos serán amargos y oscuros; habrá luz, risas, esperanzas, mucho trabajo, conversaciones, cafés, abrazos… los días vendrán solitos pero al elegir vivir, mi corazón compra el boleto. No quiero funcionar como funciona el acto de respirar, de forma involuntaria, o como funciona el microondas o el celular (¡Vaya yo a saber qué detalles por dentro los hacen funcionar!).
Quiero sentirme viva, que me duela el dolor, que llore de alegría, que abrace como si fuera la última vez que veo a mis hijas, decirle a un amigo que lo quiero con toda mi alma, redescubrir todos los días la luz del alma en los ojos de mi esposo, pasar la mano con admiración por el pelito blanco de mi papá; decirle a mami cuánto la amo y decírselo tan claro que no quepa duda de que ambas nos abrazamos con la luz misteriosa que había en ese cordón umbilical diseñado por manos perfectas.
Elegir VIVIR requiere de la palabra GRACIAS. El agradecimiento me hará hacer un balance de lo que no tengo pero sobre todo de lo que recibo gratuitamente. Elegir VIVIR me acerca a la ternura de Dios que eligió amarme, creer en mí –a pesar de mí- y ser cómplice de mis sueños hechos para ser realizados. Elijo vivir.