Por: Lizeth Castro

El reloj de Dios no tiene agujas, me dijo una amiga. Y me puse a imaginar: no sólo no tiene agujas, seguro está colgando de una pared hecha de nubes, boca abajo; luego me lo imaginé sin números; o bien, después del 12 sigue el 3 y salta al 11 y luego al 7.  Aquél que hizo la naturaleza repleta de colores, olores inimitables, de inagotable energía,  de vida orquestada por las más diversas especies de flora y fauna; Ese mayúsculo creador, escultor, arquitecto, escritor, geógrafo, biólogo, ingeniero de vuelo, hacedor, pintor enloquecido por seguir enamorando a las creaturas de su Reino, debe tener un reloj propio, original, que por dicha no es el nuestro, el de los humanos tan llenos de miedos, inseguridades, egos y excusas para vivir.

Dios, Vida, Luz, Camino, tiene su propio reloj. Es de sentido común. El es el dueño del tiempo. No hay reloj que pueda con Su Amor.  Jamás podría seguirle el paso ninguna aguja de minutos y segundos a Aquel que se atreve a amar por encima de faltas, ofensas, vacíos y desamor.  No-medible es el Tiempo de Dios. Sobrepasa todo entendimiento.

Por eso, un día decidí que en Su Tiempo mi corazón quiere palpitar; me ha costado lágrimas entenderlo y aceptarlo y me sigue costando.  A ese Tiempo impredecible y perfecto le pido lo que deseo. Hasta ahí llego. Y agrego igualada  y con plena confianza con mi Padre: “Dámelo si vos, Papá, ves que es razonable, o incluso si es una locura que me suma;  si no, aunque después te reclame con dolor, no me lo des. Haz posible lo que quiero y por lo que me esfuerzo; y por supuesto no lo hagas si no me conviene. En Tu tiempo, cabe decirlo, en Tu Tiempo Señor de siglos atrás y siglos adelante; dueño del segundo que recién pasó y del próximo. En Tu Tiempo. Sólo así, con Tu reloj, todo sucederá cuando tiene que suceder. Amén”.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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